miércoles, octubre 26, 2011

Los meñiques marcados de Puerto Ordaz.

Para los cubanos resulta muy familiar cualquier referencia a los controles y restricciones del consumo. Crecimos con una libreta de abastecimientos en la mano y escuchando arengas en contra de la especulación, los acaparadores, coleros y revendedores. En nuestra memoria de medio siglo, bajo escaseces y regulaciones de mercado, se almacenan muchas anécdotas adjudicables al realismo mágico del fidelismo.

No olvidaré nunca a mi madre, en los supuestamente holgados años setenta, queriendo comprar una tijera en la ferretería de 13 y 84, en Marianao. En casa sólo teníamos una tijera de antes de la revolución, ennegrecida, sin filo y con las puntas romas, así que mi madre esperó varias veces a que “sacaran” tijeras y fue siempre a hacer la cola, sin éxito porque invariablemente se acababan antes de tocarle el turno. El encabronamiento de mi madre se acentuaba porque varias veces estuvo a punto de comprar su dichosa tijera, pero con tan mala suerte de que un vecino ciego llegaba, y sin hacer la cola – pues los ciegos tenían prioridad – se llevaba, siempre, la última tijera que quedaba.

“¡Otra vez el ciego ese me dio alante!”, protestaba ella, “¡yo quisiera saber para qué un ciego quiere tantas tijeras!”… Nunca supimos la respuesta, y quizás dejó de tener importancia cuando un tiempo después mi padre trajo, finalmente, una tijera nuevecita de la Unión Soviética.

No creí que esta realidad, que incluía colas extensas marcando detrás de alguien y preguntando siempre detrás de quién iba, por si acaso, esa realidad de turnos, tickets, pre-tickets y plan jaba, llegaría alguna vez más allá de las surrealistas costas cubanas. Pero el hechizo del socialismo totalitario llegó hasta Venezuela, dónde no sólo ya hay apagones al mejor estilo habanero – aún siendo un país de privilegiada producción petrolera –, sino que la escasez de alimentos propia de la distribución centralizada ya ha provocado fenómenos tan insólitos como el de un mercado de Puerto Ordaz – estado de Bolívar, al sur de Venezuela, y que por carambola a los cubanos nos trae cierto olor a hospital psiquiátrico –, donde los clientes fueron marcados con tinta indeleble en el dedo meñique, para que no repitiesen la compra de leche en polvo.

No resulta tan extraño si tenemos en cuenta que la Cámara Venezolana de la Industria de Alimentos (CAVIDEA) ha reportado una reducción de 3.71% en las ventas de alimentos para el mes de septiembre, con una caída consecutiva de siete meses. Las autoridades venezolanas, tal y como suelen hacer las cubanas en estos casos, ocultan en lo posible estas realidades a sus ciudadanos, o las disfrazan detrás de propaganda y triunfalismos. El artículo, aparecido en Correo del Caroní (y retomado con corrosivo humor negro en El Chigüire Bipolar), refiere que “entre largas colas y empujones, los consumidores pudieron adquirir el producto, no sin antes quedar marcados de una manera muy peculiar…”

Aparentemente, según este mismo artículo, no son nuevas las peleas en colas para adquirir alimentos, y no hay distinciones entre las redes de mercados públicos y los privados.

Si bien el estilo de marcar dedos meñiques, para no comprar leche dos veces, parece un aporte del chavismo a la patología marxista-fidelista, el espíritu de este fenómeno ya está cercano a cumplir los 53 eneros, y viste un orgulloso uniforme verdeolivo de incompetentes destellos rojizos.

Venezuela, qué duda cabe ya, anda con pie firme hacia la misma gloria de las ruinas miserables de nuestra antimperialista sociedad cubana.

_

1 comentario:

Alain dijo...

¿Y para qué el ciego ese quería tantas tijeras? Jajajajaja