sábado, mayo 25, 2013

Un cuento con papel higiénico.

 
 

Conocí Venezuela cuando sus tiendas se desbordaban de productos. Comenzaba el siglo y el chavismo apenas calentaba motores en un país todavía en ebullición comercial. Caminábamos Sabana Grande buscando pacotilla para llevar a Cuba, y no pocos de Teatro Buendía se las arreglaban para multiplicar en la isla el valor de un reproductor de DVD o un videojuego. Nos decían que el bolívar se había devaluado (algo que vino a explicar los cientos de miles que nos pagaban por las funciones y que, en la práctica, no eran mucho dinero), pero aún así un compañero se las arregló para que le rebajasen diez nintendos a diez dólares cada uno, que luego en Cuba revendería a cien CUC. Casi todos llevaban dos DVD's - el límite para importar por la aduana habanera en aquel tiempo - pensando en quedarse al menos con uno y revender el segundo.
 
Caracas tenía sus mercados llenos de productos, y a nadie se le habría ocurrido pensar que el papel higiénico escasearía alguna vez.
 
De hecho, la anécdota que recuerdo relativa a papel sanitario en aquella gira venezolana, fue protagonizada por uno de los nuestros, y su connotación se circunscribía a la congénita falta de cualquier cosa en nuestro país de origen.
 
La mañana en que regresaríamos a La Habana, luego de una gira muy extensa por toda Venezuela, al momento de recoger las cosas y entregar la habitación en el Hilton, tuve un inoportuno trance estomacal a último minuto (cosa que, sin ánimos de justificar, siempre fue normal en los cubanos que salíamos del país y por breves temporadas chocábamos con una alimentación rica en proteínas), y regresé al baño a evacuar la impostergable necesidad. Al terminar, descubrí que no había un sólo rollo de papel en la habitación. Un compañero de cuarto salió a buscar en las otras habitaciones que también estaban por ser entregadas. Para sorpresa nuestra, en ningún baño de los cubanos había papel higiénico. Habían desaparecido.
 
Resolví como pude con las páginas deportivas de un periódico caraqueño que había publicado una reseña sobre nuestro espectáculo, y sólo camino al aeropuerto pude ver, gracias a un bandazo del autobús en una curva, como seis o siete rollos de papel higiénico, usados, se salían del maletín medio abierto de un compañero de la delegación - quizás deba aclarar, sin más detalles, que no era un miembro del Buendía sino un acompañante con otras funciones - revelando así, de manera accidental, el misterio de los rollos desaparecidos en las habitaciones cubanas del Hilton.
 
Para los cubanos nacidos después del fidelismo nunca fue noticia la carencia de papel sanitario. Siempre nos las arreglábamos con el consabido papel periódico húmedo o estrujado durante los minutos que toma el proceso de evacuación. Por ello, aunque pareciese hilarante, o hasta ridículo, no era incomprensible que un cubano llevase a su casa, desde una nación extranjera, unos cuantos rollos de papel sanitario, limpio y aprovechable. Pocos años después vi a una excelente bailarina cubana llevar en la mano, muy orgullosamente, una tapa de inodoro por todo el aeropuerto de Ciudad México, con destino al baño de su vivienda cubiche.
 
Lo complejo de esta historia es, a mi entender, cuán raro sería hace más de diez años imaginar a una Venezuela en la que el papel sanitario se volviese un producto escaso, prácticamente de lujo. Ni siquiera imaginar a una Venezuela con los anaqueles de sus mercados vacíos, o con apagones prolongados y persistentes al estilo isleño.
 
Los albores del chavismo aún no anunciaban la debacle económica característica de los sistemas totalitarios y centralizados. Eso sólo se hizo evidente años después, cuando ya Venezuela terminó pareciéndose tanto a Cuba, a fuerza de copiar sus fallidos modelos, que enterarnos de la falta de papel sanitario ya no resulta extraño.
 
No parece lejano el día en que algún grupo importante de teatro venezolano visite La Habana, y alguien de su delegación se lleve de la habitación de un hotel, a hurtadillas, algunos rollos de papel higiénico para resolver su problema en su natal Caracas. Al menos siempre se podrá llevar unos cuantos ejemplares del periódico Granma para ese tipo de menesteres. La prensa plana oficial siempre fue nuestra mejor solución al acertijo, y con gusto podríamos ofrecérsela a nuestros hermanos venezolanos, ahora que todo parece indicar que su país va a compartir el destino de digna pobreza antiimperialista con el nuestro.