El mito de la medicina cubana rebasa, con mucho, a los inagotables matices de su controvertida realidad. México es una de esas naciones latinoamericanas que envía a jóvenes de pocos recursos para formarse como médicos en escuelas cubanas, de la misma manera en que recibe a muchos doctores cubanos que consiguen cruzar el mar, huyendo de un aparato orwelliano que, en franca contradicción con el espíritu humanitario de su oficio, termina negándoles algunos de los más elementales derechos al profesional que crece bajo sus alas sobreprotectoras.
Zuren Matutes, neurocirujano radicado en el noroeste mexicano, es uno de los tantos galenos de la isla que cada año asumen el reductivo término de “desertores”, un vocablo estalinista muy vigente aún en Cuba, o marcados como “gusanos” al decidir ejercer fuera del control gubernamental y tomar la costosa decisión propia de convertirse en emigrado. Esta vez, haciendo un paréntesis entre las muchas responsabilidades que su trabajo le exige en hospitales como el San José de Hermosillo, pasa un rato por El Punto Cubano, donde se toma un mojito, baila un poco de salsa con su esposa y amigos de ambas nacionalidades, y contesta algunas preguntas que tengo en mente hacerle desde hace meses. La nostalgia y el amor por La Habana, en especial por aquel rincón llamado Marianao, parecen flotar junto a nosotros durante toda la plática.
- Cuéntame de tu trabajo como neurocirujano en aquellos años del llamado “período especial”, con la isla hundiéndose en sus primeras grandes desilusiones.
Esa época se relaciona con la caída del bloque comunista, y la consiguiente pérdida de un subsidio de más de 5000 millones de dólares. Terminé la carrera en agosto del 93…
- Faltando apenas un año para el sonado “Maleconazo”, en agosto del 94…
Exacto. En septiembre el 93 comienzo la especialidad de neurocirugía, a través del llamado Plan Talento o de excepcional rendimiento académico, que era una especie de laboratorio donde se seleccionaban los alumnos de mejor promedio y se enviaban directo a la especialidad sin necesidad de realizar el servicio social ni los cinco años como “médico de familia”. En ese plan entraba el 1 o el 2 % de los graduados y, de los 28 egresados seleccionados - entre unos 3000 de mi graduación - sólo dos no pertenecíamos a la Unión de Jóvenes Comunistas. Una de las ventajas del plan era la de poder escoger el lugar y los profesores para cursar la especialidad, así que me fui al hospital Ameijeiras, aunque de inmediato me di cuenta de que no cubría mis expectativas profesionales, y me cambié al Hospital Carlos J. Finlay, de Marianao. Allí terminé mi especialidad en mayo del 98.
- ¿Y cómo te fue trabajando en un hospital militar?
Allí el trabajo era arduo, como en cualquier hospital del mundo, aunque teñido por la carencia de medicamentos de toda índole. Pero es una época que recuerdo con mucho cariño. Sé que en el futuro volveré a operar en ese hospital.
- ¿Cómo resolvía la supervivencia diaria un neurocirujano de tu talento en La Habana de los noventa?
Para cualquiera en Cuba la supervivencia es como practicar un deporte de alto rendimiento. Yo tenía un carro ruso, un Moskvich que me había dejado mi padre al irse a México en el 93, y en las madrugadas le servía de taxi a extranjeros que iban a divertirse a la tasca del restaurante 1830. Llegaba a casa a las 5 a.m., pero me ganaba unos dólares para comprar gasolina y poder ir al hospital a trabajar.
- ¿Cuánto ganabas entonces, operando cerebros?
El equivalente a unos 10 o 15 dólares al mes. Pero tener aquel viejo Moskvich resultaba una verdadera suerte para mí. Mis profesores de neurocirugía, mayores de 50 años, tenían bicicletas como medio de transporte, y llegaban bien temblorosos al hospital para realizar delicadas cirugías. Como allá la medicina es social, y la medicina privada está prescrita por el gobierno, cualquier entrada alternativa de dinero es ilegal. En ocasiones los pacientes del campo nos regalaban arroz, frijoles o algún animal como un pollo o un pato. Recuerdo una ocasión en que un paciente de Pinar del Río me regaló un puerco, para el fin de año del 97, y cómo lo repartí entre mis familiares, sintiéndome el hombre más importante de la tierra. A veces algún trabajador de gasolinera me regalaba gasolina, o me la vendía más barata, por supuesto a determinadas horas, para pasar desapercibido.
- ¿Y qué tal era la alimentación que te daban en el hospital?
Como el Finlay era del ejército, la comida era mejor que en otros hospitales. Así que tenía garantizado algún tipo de proteína. No obstante nunca faltaron días en los que, como cualquier cubano, desayuné agua con azúcar. Comí alguna vez el famoso bistec hecho con cáscara de plátano o de toronja, aquel popular engaño para el estómago.
- ¿Esas estrategias alternativas eran sólo de algunos médicos, o te parece que aquello era a mayor escala entre tus colegas?
Esa es una pregunta difícil de contestar. En Cuba la gente se cuida de decir que están “inventando”, aunque creo que la forma mas frecuente que tienen los médicos para obtener cosas, es con los pacientes. Por ejemplo, si alguno trabaja en un antro, puedes obtener una entrada y bailas en la disco, si es mecánico te puede arreglar el carro, si trabaja en una panadería te resuelve harina… Igual creo que sí, que la mayoría tenían estrategias alternativas, aunque la más socorrida era salir del país en una a misión, o de forma definitiva.
- Tengo entendido que tu inconformidad con la dictadura se hizo clara desde antes de salir de Cuba. ¿Cómo te las arreglaste para colaborar con la oposición sin perder tu trabajo, o tu libertad?
Conocía a algunos disidentes, como Elizardo Sánchez Santacruz, a quien atendí como paciente. Colaboré llevándole los conteos de votos de dos colegios electorales, cuando la votación del “Sí” del año 96. Ahí pude ver el alto número de votos anulados, que en un sistema como el cubano significa estar en contra. Evitaba ir a su casa porque sabía que estaba bien vigilada por la Seguridad, así que nunca me expuse directamente al mecanismo de vigilancia castrista.
- Cuéntame cómo fue que conseguiste evadir el cerco cubano y terminar ejerciendo tu profesión en México.
Para conseguir el permiso del ministro de Salud Pública, del rector y decano de la facultad, así como de inmigración para salir del país con permiso temporal de un mes, tuve que hallar los contactos adecuados y obtener los permisos correspondientes, usando métodos, por así decirlo, poco ortodoxos. Por supuesto, en mi hospital no sabían que iba a salir del país, eso lo tramité con la mayor discreción posible, al punto de que, saliendo un sábado, el viernes fui a operar a dos pacientes. El director del hospital, al enterarse de mi salida el lunes, fue a protestar al Ministerio de Salud por haberme autorizado sin el conocimiento del hospital. Algo interesante, tres meses antes de irme, se me acercó una de las enfermeras de la sala de neurocirugía para alertarme de que la contrainteligencia del hospital tenía rumores de que yo quería “desertar” del país y me estaban investigando. Esto me llevó a ser mas cuidadoso y solamente a mi familia mas cercana les informé del viaje, dos días antes. Por supuesto nunca me libré de las represalias, y pasé cinco años para poder sacar a mi familia, aún teniendo la ventaja de ser hijo único.
- Supongo que tampoco es simple para un médico empezar desde cero en un país extraño.
El proceso para trabajar en México fue largo. Tuve que esperar poco más de año y medio para legalizar mis papeles como médico neurocirujano, y medio año más para tener un trabajo neuroquirúrgico estable, precisamente aquí en Hermosillo. Había bregado por Chihuahua y Mazatlán, donde no tuve las mejores condiciones para ejercer la neurocirugía. Siempre es difícil abrirse paso al comienzo, porque estás en la mira de algunos neurocirujanos de la ciudad, que no pierden oportunidad para descalificarte, pero uno llega a aprender que esta es una sociedad diferente, con más oportunidades, y que el tiempo va poniendo a cada uno en el lugar que se merece por su trabajo y dedicación.
- Desde tu actual condición de médico cubano que vive y trabaja en el extranjero ¿cómo ves el panorama del actual sistema de salud en Cuba?
Ese panorama no escapa de la crisis extrema en que se encuentra el país. Hay falta de medicamentos, equipamiento médico, piezas de repuesto, malas condiciones de higiene y mantenimiento. La excepción que confirma la regla son los centros como el CIMEQ, que es donde se atiende la cúpula castrista, o los hospitales para extranjeros como el Cira García, el CIREN o Retinosis Pigmentaria. El éxodo masivo de médicos, incluyendo los mejores elementos de la nueva hornada de profesionales de la salud, ha obligado al gobierno a fabricar leyes inconcebibles en cualquier parte del mundo, como impedir la legalización de títulos médicos para la validación en el extranjero, tratando así de frenar ese éxodo.
- ¿Y qué hay de las nuevas generaciones y el intercambio con el mundo?
En mi especialidad, las nuevas generaciones no pueden intercambiar experiencias, ni nutrirse en cursos o congresos en el extranjero. Los jóvenes no son confiables, según los parámetros ideológicos del gobierno, y tienen muchas posibilidades de no regresar, así que a esos eventos sólo asisten los mismos médicos, unos cinco o seis, que en su mayoría rebasan los sesenta años, y que por su edad, prácticamente ya no operan.
- Cuando un médico cubano emigra, el gobierno de Castro suele reclamarle por su infidelidad a la revolución que lo formó, marcándolo como traidor a la patria y generalmente, prohibiéndole el regreso a su país. ¿Hasta qué punto crees que le debes tu éxito profesional a la escuela cubana de medicina y al estado cubano?
La escuela cubana de medicina siempre se ha destacado a nivel continental y no le debe su desarrollo a la revolución. Al liberarse Cuba de España, y bajo el protectorado norteamericano, se creó un sistema de salud pública organizado a semejanza del sistema estadounidense, siendo el más desarrollado de Latinoamérica. Este auge de la medicina cubana permitió tener figuras como el Dr. Carlos J. Finlay, el descubridor del agente causal de la fiebre amarilla y considerado uno de los cinco microbiólogos mas importantes de todos los tiempos, junto a nombres como Robert Koch y Louis Pasteur. El Dr. Joaquín Albarrán, eminente urólogo que hizo innumerables aportes a la urología mundial, fue otro de los ejemplos de médicos cubanos destacados de la época republicana. Eso sí, el estudio de la medicina en Cuba me permitió conocer magníficos profesores y una actividad académica donde tenías un contacto más cercano con los pacientes. En cierta forma la influencia social en la medicina cubana actual me permitió operar más casos de los que hubiera operado en otro país. En mi formación como residente de neurocirugía, mis profesores recibían el mismo salario, independientemente del numero de cirugías, así que se desmotivaban y nos dejaban a los residentes un mayor volumen de trabajo. Pero en general creo que la medicina cubana ha bajado su nivel. El acceso a literatura médica actualizada es muy difícil allá, y solo pocos hospitales, como el CIREN, pueden tenerlo.
- Me consta el reconocimiento que has tenido en el estado de Sonora, y el respeto que siente por tu trabajo la comunidad médica en la región. ¿Qué ha significado para ti ejercer la medicina en México?
Ha significado rehacer mi vida profesional y desarrollarme en un país que me ha dado la oportunidad de lograr muchos de mis sueños profesionales.
- ¿Qué es lo que más extrañas de La Habana?
Son 12 años fuera del país, y el tiempo va borrando muchas cosas. Te vas adaptando a tu nueva vida. Extraño mi familia y los amigos que todavía quedan allá.
- ¿Qué es lo que no querrías volver a ver en La Habana?
Zuren Matutes, neurocirujano radicado en el noroeste mexicano, es uno de los tantos galenos de la isla que cada año asumen el reductivo término de “desertores”, un vocablo estalinista muy vigente aún en Cuba, o marcados como “gusanos” al decidir ejercer fuera del control gubernamental y tomar la costosa decisión propia de convertirse en emigrado. Esta vez, haciendo un paréntesis entre las muchas responsabilidades que su trabajo le exige en hospitales como el San José de Hermosillo, pasa un rato por El Punto Cubano, donde se toma un mojito, baila un poco de salsa con su esposa y amigos de ambas nacionalidades, y contesta algunas preguntas que tengo en mente hacerle desde hace meses. La nostalgia y el amor por La Habana, en especial por aquel rincón llamado Marianao, parecen flotar junto a nosotros durante toda la plática.
- Cuéntame de tu trabajo como neurocirujano en aquellos años del llamado “período especial”, con la isla hundiéndose en sus primeras grandes desilusiones.
Esa época se relaciona con la caída del bloque comunista, y la consiguiente pérdida de un subsidio de más de 5000 millones de dólares. Terminé la carrera en agosto del 93…
- Faltando apenas un año para el sonado “Maleconazo”, en agosto del 94…
Exacto. En septiembre el 93 comienzo la especialidad de neurocirugía, a través del llamado Plan Talento o de excepcional rendimiento académico, que era una especie de laboratorio donde se seleccionaban los alumnos de mejor promedio y se enviaban directo a la especialidad sin necesidad de realizar el servicio social ni los cinco años como “médico de familia”. En ese plan entraba el 1 o el 2 % de los graduados y, de los 28 egresados seleccionados - entre unos 3000 de mi graduación - sólo dos no pertenecíamos a la Unión de Jóvenes Comunistas. Una de las ventajas del plan era la de poder escoger el lugar y los profesores para cursar la especialidad, así que me fui al hospital Ameijeiras, aunque de inmediato me di cuenta de que no cubría mis expectativas profesionales, y me cambié al Hospital Carlos J. Finlay, de Marianao. Allí terminé mi especialidad en mayo del 98.
- ¿Y cómo te fue trabajando en un hospital militar?
Allí el trabajo era arduo, como en cualquier hospital del mundo, aunque teñido por la carencia de medicamentos de toda índole. Pero es una época que recuerdo con mucho cariño. Sé que en el futuro volveré a operar en ese hospital.
- ¿Cómo resolvía la supervivencia diaria un neurocirujano de tu talento en La Habana de los noventa?
Para cualquiera en Cuba la supervivencia es como practicar un deporte de alto rendimiento. Yo tenía un carro ruso, un Moskvich que me había dejado mi padre al irse a México en el 93, y en las madrugadas le servía de taxi a extranjeros que iban a divertirse a la tasca del restaurante 1830. Llegaba a casa a las 5 a.m., pero me ganaba unos dólares para comprar gasolina y poder ir al hospital a trabajar.
- ¿Cuánto ganabas entonces, operando cerebros?
El equivalente a unos 10 o 15 dólares al mes. Pero tener aquel viejo Moskvich resultaba una verdadera suerte para mí. Mis profesores de neurocirugía, mayores de 50 años, tenían bicicletas como medio de transporte, y llegaban bien temblorosos al hospital para realizar delicadas cirugías. Como allá la medicina es social, y la medicina privada está prescrita por el gobierno, cualquier entrada alternativa de dinero es ilegal. En ocasiones los pacientes del campo nos regalaban arroz, frijoles o algún animal como un pollo o un pato. Recuerdo una ocasión en que un paciente de Pinar del Río me regaló un puerco, para el fin de año del 97, y cómo lo repartí entre mis familiares, sintiéndome el hombre más importante de la tierra. A veces algún trabajador de gasolinera me regalaba gasolina, o me la vendía más barata, por supuesto a determinadas horas, para pasar desapercibido.
- ¿Y qué tal era la alimentación que te daban en el hospital?
Como el Finlay era del ejército, la comida era mejor que en otros hospitales. Así que tenía garantizado algún tipo de proteína. No obstante nunca faltaron días en los que, como cualquier cubano, desayuné agua con azúcar. Comí alguna vez el famoso bistec hecho con cáscara de plátano o de toronja, aquel popular engaño para el estómago.
- ¿Esas estrategias alternativas eran sólo de algunos médicos, o te parece que aquello era a mayor escala entre tus colegas?
Esa es una pregunta difícil de contestar. En Cuba la gente se cuida de decir que están “inventando”, aunque creo que la forma mas frecuente que tienen los médicos para obtener cosas, es con los pacientes. Por ejemplo, si alguno trabaja en un antro, puedes obtener una entrada y bailas en la disco, si es mecánico te puede arreglar el carro, si trabaja en una panadería te resuelve harina… Igual creo que sí, que la mayoría tenían estrategias alternativas, aunque la más socorrida era salir del país en una a misión, o de forma definitiva.
- Tengo entendido que tu inconformidad con la dictadura se hizo clara desde antes de salir de Cuba. ¿Cómo te las arreglaste para colaborar con la oposición sin perder tu trabajo, o tu libertad?
Conocía a algunos disidentes, como Elizardo Sánchez Santacruz, a quien atendí como paciente. Colaboré llevándole los conteos de votos de dos colegios electorales, cuando la votación del “Sí” del año 96. Ahí pude ver el alto número de votos anulados, que en un sistema como el cubano significa estar en contra. Evitaba ir a su casa porque sabía que estaba bien vigilada por la Seguridad, así que nunca me expuse directamente al mecanismo de vigilancia castrista.
- Cuéntame cómo fue que conseguiste evadir el cerco cubano y terminar ejerciendo tu profesión en México.
Para conseguir el permiso del ministro de Salud Pública, del rector y decano de la facultad, así como de inmigración para salir del país con permiso temporal de un mes, tuve que hallar los contactos adecuados y obtener los permisos correspondientes, usando métodos, por así decirlo, poco ortodoxos. Por supuesto, en mi hospital no sabían que iba a salir del país, eso lo tramité con la mayor discreción posible, al punto de que, saliendo un sábado, el viernes fui a operar a dos pacientes. El director del hospital, al enterarse de mi salida el lunes, fue a protestar al Ministerio de Salud por haberme autorizado sin el conocimiento del hospital. Algo interesante, tres meses antes de irme, se me acercó una de las enfermeras de la sala de neurocirugía para alertarme de que la contrainteligencia del hospital tenía rumores de que yo quería “desertar” del país y me estaban investigando. Esto me llevó a ser mas cuidadoso y solamente a mi familia mas cercana les informé del viaje, dos días antes. Por supuesto nunca me libré de las represalias, y pasé cinco años para poder sacar a mi familia, aún teniendo la ventaja de ser hijo único.
- Supongo que tampoco es simple para un médico empezar desde cero en un país extraño.
El proceso para trabajar en México fue largo. Tuve que esperar poco más de año y medio para legalizar mis papeles como médico neurocirujano, y medio año más para tener un trabajo neuroquirúrgico estable, precisamente aquí en Hermosillo. Había bregado por Chihuahua y Mazatlán, donde no tuve las mejores condiciones para ejercer la neurocirugía. Siempre es difícil abrirse paso al comienzo, porque estás en la mira de algunos neurocirujanos de la ciudad, que no pierden oportunidad para descalificarte, pero uno llega a aprender que esta es una sociedad diferente, con más oportunidades, y que el tiempo va poniendo a cada uno en el lugar que se merece por su trabajo y dedicación.
- Desde tu actual condición de médico cubano que vive y trabaja en el extranjero ¿cómo ves el panorama del actual sistema de salud en Cuba?
Ese panorama no escapa de la crisis extrema en que se encuentra el país. Hay falta de medicamentos, equipamiento médico, piezas de repuesto, malas condiciones de higiene y mantenimiento. La excepción que confirma la regla son los centros como el CIMEQ, que es donde se atiende la cúpula castrista, o los hospitales para extranjeros como el Cira García, el CIREN o Retinosis Pigmentaria. El éxodo masivo de médicos, incluyendo los mejores elementos de la nueva hornada de profesionales de la salud, ha obligado al gobierno a fabricar leyes inconcebibles en cualquier parte del mundo, como impedir la legalización de títulos médicos para la validación en el extranjero, tratando así de frenar ese éxodo.
- ¿Y qué hay de las nuevas generaciones y el intercambio con el mundo?
En mi especialidad, las nuevas generaciones no pueden intercambiar experiencias, ni nutrirse en cursos o congresos en el extranjero. Los jóvenes no son confiables, según los parámetros ideológicos del gobierno, y tienen muchas posibilidades de no regresar, así que a esos eventos sólo asisten los mismos médicos, unos cinco o seis, que en su mayoría rebasan los sesenta años, y que por su edad, prácticamente ya no operan.
- Cuando un médico cubano emigra, el gobierno de Castro suele reclamarle por su infidelidad a la revolución que lo formó, marcándolo como traidor a la patria y generalmente, prohibiéndole el regreso a su país. ¿Hasta qué punto crees que le debes tu éxito profesional a la escuela cubana de medicina y al estado cubano?
La escuela cubana de medicina siempre se ha destacado a nivel continental y no le debe su desarrollo a la revolución. Al liberarse Cuba de España, y bajo el protectorado norteamericano, se creó un sistema de salud pública organizado a semejanza del sistema estadounidense, siendo el más desarrollado de Latinoamérica. Este auge de la medicina cubana permitió tener figuras como el Dr. Carlos J. Finlay, el descubridor del agente causal de la fiebre amarilla y considerado uno de los cinco microbiólogos mas importantes de todos los tiempos, junto a nombres como Robert Koch y Louis Pasteur. El Dr. Joaquín Albarrán, eminente urólogo que hizo innumerables aportes a la urología mundial, fue otro de los ejemplos de médicos cubanos destacados de la época republicana. Eso sí, el estudio de la medicina en Cuba me permitió conocer magníficos profesores y una actividad académica donde tenías un contacto más cercano con los pacientes. En cierta forma la influencia social en la medicina cubana actual me permitió operar más casos de los que hubiera operado en otro país. En mi formación como residente de neurocirugía, mis profesores recibían el mismo salario, independientemente del numero de cirugías, así que se desmotivaban y nos dejaban a los residentes un mayor volumen de trabajo. Pero en general creo que la medicina cubana ha bajado su nivel. El acceso a literatura médica actualizada es muy difícil allá, y solo pocos hospitales, como el CIREN, pueden tenerlo.
- Me consta el reconocimiento que has tenido en el estado de Sonora, y el respeto que siente por tu trabajo la comunidad médica en la región. ¿Qué ha significado para ti ejercer la medicina en México?
Ha significado rehacer mi vida profesional y desarrollarme en un país que me ha dado la oportunidad de lograr muchos de mis sueños profesionales.
- ¿Qué es lo que más extrañas de La Habana?
Son 12 años fuera del país, y el tiempo va borrando muchas cosas. Te vas adaptando a tu nueva vida. Extraño mi familia y los amigos que todavía quedan allá.
- ¿Qué es lo que no querrías volver a ver en La Habana?
.
El sistema comunista, por supuesto, y con ello ver renacer a La Habana, esa ciudad en ruinas que a ratos parece una ciudad en guerra.
_
6 comentarios:
"Gracias Wichy, siempre he pensado que tienes una sensibilidad muy especial por nosotros, esa clase estrujada...los médicos cubanos."
Y yo lo corroboro, porque no solo para la clase galena. wichy tiene sensibilidad para todo. Es un buen cronista y además una excelente persona. Abrazotes para los dos.
Ya te habia dejado dos comentarios pero desaparecieron, en fin.... Lamentablemente la calidad en la formacion de profesionales en cuba a disminuido enormemente en los ultimos tiempos,,,,es una pena que los buenos que van quedando tengan que optar por esta opcion....que depara el futuro para cuba... no sabemossss. suerte matutes y saludos desde el norte.
Maite
Parece que en efecto, ha habido problemas últimamente con los comentarios en general en blogs, y muchos piensan que pueden estar metiendo las manos los ciberespías de la dictadura. Incluso a Camilo Venegas se le desapareció el blog por un buen rato, y muchos comentarios en general se dejan de ver sin razón aparente. Paciencia, amigos, cada día estamos más cerca de tener una internet libre para todos los cubanos.
Wichy. magnífica entrevista. te felicito y le extiendo el saludo, claro, al doctor Zuren Matutes. Voy a enlazarla en facebook. me gustaría que leyeran esto los ultraizquierdistas que defienden a la mal llamada revolución. un abrazo.
pd. me he reencontrado en Barcelona con un viejo amigo del pre que se hizo neurocirujano e hizo la docencia en el Calixto. le pasaré la entrevista.
Felicidades Wichy!!! Muy interesante tu entrevista. Yo he recibido muy buenos comentarios del Dr. Matutes por pacientes de él amigos míos, a él también lo felicito aún que no tengo el placer de conocerlo.
Microbio
Publicar un comentario