Cuando Hilda Molina trató de presentar su libro Mi verdad, en la Feria del Libro de Buenos Aires, debió sentir que había sido trasladada de golpe a La Habana. La verdad que trató de presentar la doctora cubana, su verdad – que no por casualidad es también la verdad de muchos de nosotros – fue interrumpida por manifestantes airados que repetían la consigna ¡Cuba sí, yanquis no!, como si la histórica tirantez entre la isla caribeña y su potencia rival favorita tuviese algo que ver con los avatares de esta señora que pasó quince años tratando de viajar a la Argentina, a encontrarse con sus parientes, mantenida como rehén político por su postura respondona.
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Los miembros del Movimiento Argentino de Solidaridad con Cuba, unidos a estudiantes universitarios, parecían haber leído y seguido con devoción la reciente circular que algún diabólico ordenanza del gobierno cubano pasó a los centros de trabajo, instándoles a responder con violencia y grosería cualquier manifestación contraria a sus dogmas, y extendiendo hasta más allá de la cruz del sur la intolerancia y el ciego furor totalitario que todo lo convierte en maniobra imperialista. Sólo les faltó portar los indicados palos, cabillas y cables para reducir a la señora sexagenaria al mejor estilo de la porra fidelista.
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No deja de ser curioso como aún mucha gente izquierdista de corazón o izquierdosa por moda se mantiene aferrada al mito de una revolución cubana inexistente, en franco desconocimiento de los matices más decadentes que deslucen a nuestra sociedad isleña actual. No deja de ser interesante la manera en que siguen relacionando a los Castro con la izquierda, y como esos argentinos que sufrieron en carne propia una dictadura brutal, son incapaces de ver las similitudes del gobierno cubano con la filosofía de Videla, o el trasfondo fascista de los dictadorzuelos tropicales con esa manía que tienen de tapar bocas y encerrar personas. En todo caso ese Movimiento de Solidaridad con Cuba ignora que, en la práctica, su solidaridad se la quitó a Cuba y se la dio al gobierno castrista. Ellos, como los gallegos socialistas en Santiago de Compostela hace pocas semanas, no se detienen a pensar que no suele haber cubanos de su parte en las protestas, entre los muchos que emigran y comparten el pan con ellos, y que sus consignas tienen ya medio siglo de vida, en un mundo que ha cambiado ya demasiado en torno a ellas.
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Ninguno de ellos, empero, se animará a favor de los Castro al punto de irse a vivir a Cuba, ese faro guía de Latinoamérica, ejemplo de verticalidad ante la prepotencia gringa y modelo de sociedad ejemplar para los hijos del deshumanizado capitalismo, ninguno de esos porteños enardecidos renunciará a sus bifes de lomo, a su metro, a su internet, para conformarse con el picadillo de soya, el camello y el mercado negro del cubano medio.
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No es para tanto ¿verdad, pibes?
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3 comentarios:
¡Hola! Rodrigo. Otra maravilloza entrega de Tú parte... Saludos, Eduardo.
buenisimo gracias
cuando ellos quieran enterarse de lo que sufre el pueblo de Cuba ya nosotros estaremos cansados de esperarlos. Como anécdota te cuento, estimado Rodrigo, que he roto relaciones con una amiga argentina por estas mismas razones. tuvimos una realción espistolar e idílica preciosa hasta que ella me ofendió aliándose al castrismo. Me duele todavía. un abrazo.
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