miércoles, julio 21, 2010

De chicle y diversionismo ideológico.

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Uno de los mejores técnicos de iluminación del teatro cubano, a quien llamaré Joseíto, y que en los tempranos noventa se fuera de la isla en una balsa hecha con las tarimas y el telón de una obra de teatro (llegando exitosamente a las costas norteamericanas), me contó una vez cierta historia curiosa de los años setenta.


Joseíto estaba sentado en un banco del Parque Central, cuando lo abordó un policía. El guardián del orden venía acompañado de un civil, el cual señalaba a Joseíto con el dedo y decía: “Ese es, oficial, ese es el que estaba ahí, masticando chicle”… Como en aquellos momentos masticar chicle era ser pro-yanqui, apátrida y terrorista, Joseíto se defendió. “¿De dónde usted saca eso, compadre? ¡Yo no veo un chicle desde la época de Batista…!


El policía, diligentemente, puso su mano palma arriba y le dijo: “A ver si es verdad, escupa aquí”. Joseíto obedeció, y por supuesto, no salió más que un poco de secreción natural. No había chicle, pero el acusador insistía. “¡Yo lo vi, yo lo vi! ¡Seguro que lo botó cuando nos vio llegar!”.


Por las dudas, el presunto gusano de la goma de mascar fue conducido hasta la estación de policía. Allí, cuando fue registrado, le descubrieron una pistola reglamentaria en la cintura. Joseíto en aquel entonces era auxiliar de la PNR, pero no lo había dicho por discreción ante aquel desconocido que se empeñaba en acusarlo de un crimen que no había cometido.


La refriega se la ganó entonces el acusador, quien a esas alturas no tenía ya dónde meter la cara. “¡Pídale disculpas al compañero”, le decía el oficial superior al mando, “que bastante buena persona es al no ponerle una demanda por difamación! ¿A quién se le ocurre que un compañero auxiliar de la policía caiga en ese tipo de diversionismo ideológico?!”


Para cuando Joseíto me relató su historia, en Cuba ya no era crimen masticar chicle, o tener un disco de los Beatles. Pero aquella categoría fatal, la del “diversionismo ideológico”, seguía pendiendo sobre nuestras cabezas mientras se tuviese amigos en el extranjero – cualquier conocido foráneo era un potencial agente de la CIA – mientras se vistiese alguna prenda con símbolos capitalistas, se leyera libros prohibidos o se escuchara música proscrita. En cualquier caso, el rango de “diversionismo ideológico” era tan estricto o flexible como el brazo de la ley así lo entendiese, y la supuesta infracción, tan abstracta y perjudicial como el delator lo requiriera.


La última vez que supe de Joseíto, fue por una foto que le mandó a la directora de nuestro grupo (su vieja amiga, que ya lo había perdonado por llevarse las tarimas y el telón para construir su magnífica balsa con todo y vela), desde Filadelfia, donde posaba, saludando con la mano en un paisaje nevado.


Coda, actualización.


Aunque parezca una noticia de la época más medieval de la Revolución Cubana, hace muy pocas semanas el ciudadano cubano Sandalio Mejía Zulueta fue condenado a un año de cárcel por el horrendo crimen antipatriótico de llevar puesto un pullover con la imagen de Barack Obama. La noticia aparecida en Hablemos Press, comenta uno de esos hechos que serían difíciles de creer, si no conociéramos antecedentes tan surrealistas como cuando a Joseíto lo llevaron preso por presunto mascador de chicle en el Parque Central.


En un país donde no hace falta cometer un delito para ganarse la cárcel – la figura jurídica peligrosidad pre-delictiva puede meter a cualquiera tras las rejas sin necesidad de cargos – no parece tan descabellado, a fin de cuentas, que alguien pase todo un año en chirona sólo por lucir públicamente una camiseta adornada con la cara de Obama, en una calle que es de Fidel.


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1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen articulo. Vivi esa etapa y nunca la olvidare.