Demasiado habían acaparado la atención por estos días los triunfos de la oposición, demasiado espacio ocupaban en la prensa internacional hechos históricos como la huelga interrumpida de Coco Fariñas luego de doblegar, finalmente, la arrogancia del gobierno, como para que la diva mayor de nuestra nación – más decrépita y destruida que las otras divas, Alicia, Rosita y Alfredito – no buscase a toda costa robar escena, en un intento desesperado por tratar de recuperar el perdido protagonismo de los titulares.
La presentación en La Mesa Redonda, el programa más talibán de la televisión cubana, no transcurrió en el estudio 11, como es habitual, sino en una oficina anodina, con distribución improvisada en la que el comandante posaba tras una mesa satélite de extraña humildad, y salvo él y el tracatán mayor, Randy Alonso, los otros participantes estaban sentados en unas sillitas bastante incómodas. En la foto hecha por Alex Castro, el hijo devenido fotógrafo imperial, puede verse un cartel en la puerta que no alcanzamos a leer, por haber sido chapuceramente borrado en photoshop. Todo improvisado a la carrera, sin demasiada inspiración, y sólo para provocar lo antes posible el efecto de la resurrección, aunque el pretexto fuese, una vez más, alertar al mundo de la inminente Tercera Guerra Mundial.
Aunque muchas veces llegamos a creer que nuestro comandante haría como Greta Garbo, que desaparecería de la vista pública antes de lucir un semblante demasiado alejado de lo que alguna vez fue, al parecer subestimamos el alcance de su ego, de esa personalidad majadera que, aún en la más galopante de las decadencias, todavía cree posible embrujar a la audiencia con verborrea y triunfalismo, o como en este caso, con el gastado ataque moral al imperialismo yanqui.
La impresión que queda, al final, es la de haber presenciado una de las últimas actuaciones de un viejo comediante de vodevil, con la voz y el carisma destruidos por el tiempo, pero que, de espaldas a la cruda realidad, necesita aún aparecer en escena y recibir aplausos de los cuatro gatos que aún le siguen la corriente.
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Lo triste de esta representación es que el actor en estado de deterioro no gobierna un viejo teatro de variedades, sino un país, apoyándose en la actuación de reparto de un hermano mediocre y eternizándose a sí mismo como primer secretario del único partido en el poder, en una obra muy mala y aburrida, en la que no acaba de caer el dichoso telón.
1 comentario:
DENUNCIA, CORRE LA VOZ, no es que estén obligando a marcharse a los liberados.
El juego es otro: le preguntan a los presos en caso de ser liberado que haría y si dice quedarse en cuba sencillamente NO LO LIBERAN. Corre la voz, denuncia a los hijos de puta que oprimen nuestro país.
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