Verano del ochenta y un comandante de la Revolución despedía el duelo de Haydée Santamaría. No hubo ceremonia solemne, ni duelo oficial, sólo un reportaje de pasada en el noticiero con unas palabras de despedida virtualmente recriminatorias: “los revolucionarios no debemos pensar en el suicidio…”
Casi treinta años después le ha tocado partir al orador de aquel sepelio, el comandante Juan Almeida Bosque, y al no tratarse de un "ignominioso" suicidio, como en el caso de Haydée o el de Osvaldo Dorticós, el gobierno decreta duelo oficial, anunciando una inhumación por todo lo alto, con honores militares, una ceremonia luctuosa que seguramente será transmitida en vivo por todos los canales de la televisión.
Casi treinta años después le ha tocado partir al orador de aquel sepelio, el comandante Juan Almeida Bosque, y al no tratarse de un "ignominioso" suicidio, como en el caso de Haydée o el de Osvaldo Dorticós, el gobierno decreta duelo oficial, anunciando una inhumación por todo lo alto, con honores militares, una ceremonia luctuosa que seguramente será transmitida en vivo por todos los canales de la televisión.
Haydée Santamaría, heroína de la Revolución, se dio un tiro en la boca justo el 26 de julio (o el 27 según versiones), día en que se festejaba un aniversario más del asalto al cuartel Moncada, epopeya en la que ella participase activamente, y en la que perdieran la vida su amado hermano Abel - el segundo de Fidel Castro en aquel momento - y su novio Boris Luis Santa Coloma. Para el entonces vivo comandante Almeida quizás significase una cobardía ponerse un arma en la boca y tirar del gatillo. Para Haydé quizás ya fuese demasiado formar parte de un proceso que se desmoronaba, en un país donde tuvo que actuar de madre protectora de artistas perseguidos – religiosa ferviente, santa patrona de intelectuales conflictivos a los que daba cobijo en su templo Casa de las Américas - una nación donde el grupo musical homónimo de aquel cuartel batistiano cantaba un tema que decía “el 26 es el día más alegre de la historia”, mientras ella tenía que recordar el cuerpo inerme de su novio y los ojos de Abel Santamaría sacados de sus cuencas, en las manos de un esbirro, justo aquella misma efeméride del 26 de julio.
Almeida, también compositor de música ligera, antes de partir en el yate Granma desde México y hacia el Oriente cubano para hacer la revolución, creó aquel famoso tema La Lupe, encomendándose a la virgen guadalupana en vísperas de la riesgosa aventura. Años después participó directa o indirectamente de aquella política estalinista de persecución religiosa que cercenaba el desarrollo profesional a cualquier cubano que creyese en vírgenes, o tan sólo a aquel que conservara en su sala un Sagrado Corazón por respeto a las creencias de su madre. ¿Dónde habrían estado los sentimientos religiosos del comandante Almeida por aquellas décadas del setenta y ochenta? ¿Dónde guardaría a su querida virgen, en pleno auge del materialismo dialéctico, cuando en un documental de Santiago Álvarez sobre su trayectoria, apenas se refería discretamente a la Guadalupana como Lupe, una “mujer” mexicana?
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Hoy que ya ha partido aquel guerrillero trovador, acaso agonizando mientras su polémico hijo Juan Juan Almeida publicaba un libro en el extranjero desnudando los contrastes del poder y la vida opulenta de la cúpula gobernante en un país cada vez más empobrecido, me pregunto hacia dónde se habrían dirigido sus plegarias de último momento, si se llevaría consigo un rayito de luz, si tendría en su corazón a aquella virgen de Guadalupe que un día le abrió su pecho con amor bien sentido y lo sacó de apuros en el viaje por mar, o si pediría perdón a la Santamaría - Haydée - por haberla reprendido junto a su tumba, treinta años atrás.
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2 comentarios:
Muy buen recuento y fina evocación a Haydée. No hay que tener miedo a hablar de los muertos. Nuestra historia merece esclarecer las cosas con estos textos, estimado amigo. Te felicito por la puntualidad. yo preferí no escribir algo porque todo este doloroso asunto me supera. porque viví de cerca la doble moral de esos comandantes en mi propio barrio. prefiero seguir adelante. sé que es una opoción. gracias.
Así mismo es, Yoyi. En verdad, creo que habrá fiestas por otros muertos cabrones que vengan, pero en el caso de Almeida no es tan así. Quizás sea por su origen humilde, el tipo era carpintero y no hijito acomodado, y aunque discreto compositor, tendría al menos esa vena sensible de la que carecían los otros dirigentes. Viendo el documental de Santiago Álvarez, el tipo no me cae mal, y creo que hizo lo que le tocaba hacer según su contexto y grado de compromiso, sin pasarse de la raya como otros. Acaso si hubiese muerto en lugar de Camilo, ahora sería recordado como aquel, impoluto y popular. Acaso Camilo, de haber sobrevivido, estaría siendo hoy enterrado con honores militares por la dictadura. Nadie lo sabe. Sólo siento que Almeida no merece el escarnio que de seguro van a recibir otros, y quizás me fui por reflexiones que tenía guardadas sobre el recuerdo de Haydée, y aquella frase de su sepelio que nunca olvidé.
Abrazos, hermano, desde esta parte del mundo.
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