No puedo evitar sentir una sana envidia por los mexicanos cuando llega el mes de septiembre y el país se llena de un patriotismo palpitante que sobrepasa cualquier tendencia política o problemática contextual. Nadie les orienta ser patrióticos, nadie les reparte carteles, nadie los convoca a la plaza a escuchar “el grito” con vivas y campanadas del presidente en la capital, o cada gobernador en los respectivos estados. Las ciudades se desbordan con vendedores de banderas y banderitas, sombreros que en el ala dicen “Viva México”, tambores, matracas, bigotones… Tienen unas enseñas que enganchan a las ventanillas de sus carros y en la noche del 15 acuden espontáneamente a vitorear a la patria, en espera del 16, el aniversario de aquel grito de guerra que hace casi dos siglos protagonizara el padre Hidalgo en el pueblo de Dolores, en Guanajuato.
Anoche aconteció la fiesta, un orgasmo cósmico de fuegos artificiales, música tradicional y alegría inmarcesible. Hoy habrá desfile popular, ferias, tacos de carne, frijoles y mazorcas de maíz. Celebran a su patria sin patrioterismo, sin retórica, sin bronca con otros países.
También anoche me preguntaba en qué momento perdimos los cubanos esa sensación de amor espontáneo por las fiestas patrióticas, en qué momento el amor a la patria se convirtió en una tarea del sindicato y los discursos cargados de ideología sustituyeron a la devoción por la nacionalidad, en qué momento empezamos a ver a Céspedes y a Martí como los antecesores de profetas más poderosos, los que supuestamente llegaron para consumar las ansias de libertad que aquellos nunca consiguieron.
El mes de la patria en México incluye el inicio de la independencia, el 16, y también su consumación, el 27 (de 1818 y 1927 respectivamente), además de rendir tributo a los niños héroes de Chapultepec, desde aquel 13 de septiembre de 1847. Nosotros nos quedamos con el 10 de octubre y nuestro grito de Yara, porque el nacimiento de la República, el 20 de mayo, ni siquiera se menciona ya entre las efemérides cubanas, a no ser como un motivo de vergüenza hacia la emergente nación controlada de cerca por los Estados Unidos.
De hecho, no tenemos día de la independencia como el resto de los americanos. En su lugar se instauró el 1º de enero, y la mística de una liberación que sólo se consumó aparentemente con el triunfo de Fidel Castro sobre el dictador Fulgencio Batista. Acaso por esa razón nuestras fiestas patrias se han ido alejando del origen de la nacionalidad para acentuar una influencia épica, superior incluso a la de nuestros ancestrales mambises. El 26 de julio - inicio de la lucha insurreccional en 1953 - tiene más alharaca que el clásico 10 de octubre, incluso más que el primero de enero, día del triunfo fidelista. Ni en enero ni en octubre se decretaron dos días, antes y después de la fecha, como sí se declararon jornadas de asueto los días 25 y 27, redondeando una efeméride que exalta la guerra, no la pacificación.
En todo caso, hemos extraviado ese amor por la patria que los mexicanos conservan intacto. Lo sustituimos con la exaltación del fidelismo, con las celebraciones nacionales orientadas, convocadas y revisadas por el aparato estatal. Ir a la plaza no es celebrar la cubanía, sino hacer eco a las consignas antimperialistas, aplaudir mecánicamente a la verborrea ideológica y agitar banderitas hechas en imprentas del estado que se reparten al bajar de las guaguas.
Anoche aconteció la fiesta, un orgasmo cósmico de fuegos artificiales, música tradicional y alegría inmarcesible. Hoy habrá desfile popular, ferias, tacos de carne, frijoles y mazorcas de maíz. Celebran a su patria sin patrioterismo, sin retórica, sin bronca con otros países.
También anoche me preguntaba en qué momento perdimos los cubanos esa sensación de amor espontáneo por las fiestas patrióticas, en qué momento el amor a la patria se convirtió en una tarea del sindicato y los discursos cargados de ideología sustituyeron a la devoción por la nacionalidad, en qué momento empezamos a ver a Céspedes y a Martí como los antecesores de profetas más poderosos, los que supuestamente llegaron para consumar las ansias de libertad que aquellos nunca consiguieron.
El mes de la patria en México incluye el inicio de la independencia, el 16, y también su consumación, el 27 (de 1818 y 1927 respectivamente), además de rendir tributo a los niños héroes de Chapultepec, desde aquel 13 de septiembre de 1847. Nosotros nos quedamos con el 10 de octubre y nuestro grito de Yara, porque el nacimiento de la República, el 20 de mayo, ni siquiera se menciona ya entre las efemérides cubanas, a no ser como un motivo de vergüenza hacia la emergente nación controlada de cerca por los Estados Unidos.
De hecho, no tenemos día de la independencia como el resto de los americanos. En su lugar se instauró el 1º de enero, y la mística de una liberación que sólo se consumó aparentemente con el triunfo de Fidel Castro sobre el dictador Fulgencio Batista. Acaso por esa razón nuestras fiestas patrias se han ido alejando del origen de la nacionalidad para acentuar una influencia épica, superior incluso a la de nuestros ancestrales mambises. El 26 de julio - inicio de la lucha insurreccional en 1953 - tiene más alharaca que el clásico 10 de octubre, incluso más que el primero de enero, día del triunfo fidelista. Ni en enero ni en octubre se decretaron dos días, antes y después de la fecha, como sí se declararon jornadas de asueto los días 25 y 27, redondeando una efeméride que exalta la guerra, no la pacificación.
En todo caso, hemos extraviado ese amor por la patria que los mexicanos conservan intacto. Lo sustituimos con la exaltación del fidelismo, con las celebraciones nacionales orientadas, convocadas y revisadas por el aparato estatal. Ir a la plaza no es celebrar la cubanía, sino hacer eco a las consignas antimperialistas, aplaudir mecánicamente a la verborrea ideológica y agitar banderitas hechas en imprentas del estado que se reparten al bajar de las guaguas.
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Anoche compartía con los mexicanos el amor visceral por la patria de Hidalgo y Juárez, una patria en la que la presencia de Felipe Calderón es transitoria y reciclable, donde la dictadura de Porfirio Díaz es apenas un mal recuerdo. Mientras miraba en el cielo aquellos increíbles fuegos artificiales me preguntaba si alguna vez mi patria volverá a palpitar así, de puro orgullo, ante la emoción de celebrar espontáneamente su nacimiento como nación.
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Nota: La foto corresponde a la celebración en la ciudad de Hermosillo, Sonora.
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2 comentarios:
Muy buen comentario. Soy mexicano y no conocía esos detalles de Cuba, pero muchas gracias por los halagos a nuestra patria y sus fechas, los cubanos son nuestros hermanos y siempre van a tener nuestra mano tendida.
Me emociona hasta casi dejarme sin palabras cada vez que un hermano de México expresa su amistad hacia nosotros de esa manera. Por fortuna encuentro esas muestras de afecto muy a menudo. Ustedes son un gran pueblo, generosos, humanos y por supuesto que estamos culturalmente hermanados. Me considero afortunado de vivir entre ustedes, una nación que conserva altísimos niveles de sensibilidad y humildad. En lo que a mí concierne, no he encontrado un sitio que me consuele mejor por estar lejos de Cuba. Gracias a usted, Julio, por el comentario.
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