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Hace pocos días le pasaba el ojo a uno de esos blogs cubanos que apoyan al gobierno, uno de cuyo nombre prefiero no acordarme, y mientras revisaba los antimperialistas lugares comunes, la apología perpetua y el mismo discurso gastado - ese que algunas veces se maquilla con el cuento de la “rectificación de errores” y “los necesarios cambios dentro del sistema socialista” - me sorprendía una entrada donde criticaban a los bloggeros contestatarios por ofrecer siempre al mundo una imagen fea de la isla. A partir de la tesis de que nosotros, los “mercenarios”, siempre mostramos fotos de miseria y decadencia, que escondemos la cara linda de la Revolución, la expresión feliz de los pioneritos y el optimismo de la clase trabajadora cubana, ofrecían la alternativa de sus propias imágenes, una colección de ensueño con niños y compañeros contentos, casi siempre con banderitas cubanas en las manos, en escuelas o marchando camino a la plaza el 26 de julio.
Soy de los que creen en la ciudad múltiple, en un San Cristóbal de La Habana donde convergen muchos escenarios diferentes, a menudo contrastantes. Una vez dejé comentarios duros en un vídeo de youtube donde, ofreciendo al mundo la “verdad de Cuba”, algunos anticastristas acérrimos ponían sólo imágenes de indigencia, mugre y deterioro, convenientemente intercaladas con fotografías de albergados en algún huracán, sacadas de contexto para alimentar la sensación de caos, y que sólo en parte correspondían a esa llamada “verdad” sobre la capital cubana. Los recuerdos que conservo de mi Habana incluyen imágenes de todo tipo, algunas muy tristes, miserables y hasta surrealistas, otros atesoran lo bello, las calles luminosas (no necesariamente iluminadas), las personas queridas, esa parte feliz que me mantuvo allí la mayor parte de mi vida. Pero aún estando en contra de la extremista abominación, sí concuerdo en que el rostro más difundido de La Habana ha sido el de la autocomplacencia, y que sólo ahora, con la sorpresiva democracia de la 2.0, el mundo puede mirar muchas aristas habaneras que antes, de ninguna manera o en contadas escaramuzas, habrían podido cruzar el límite de las aduanas cubanas.
Es obvio que los bloggeros serios evitan mostrar la faceta cursi de una ciudad diseñada para turistas - esa que los propios veraneantes difunden luego de presenciar la parte mejor maquillada del archipiélago - mucho menos subir las fotos triunfalistas al estilo del Granma, esas conque los ideólogos se las ingenian cada día para mostrar a ciudadanos dichosos, a campesinos satisfechos de vivir en la eterna austeridad y desayunando pan con ideas.
Los cybertenientes de la red gubernamental nos acusan ahora de mostrar el lado menos amable, el cachete feo de la nación, sin reparar en lo patético de su propia estrategia de propaganda, esa que sólo autoriza a enseñar desfiles con banderitas, pioneritos saludando al recuerdo del Che, sonrisas optimistas, cosechas de papa y monumentos históricos.
La imagen verdadera de La Habana no existe. Sólo ángulos que enfocan partes del todo, relativizando la visión del retratista según su ideología personal. Cada fotograma de la película Suite Habana - con su enaltecida épica de las ruinas - guarda tanta legitimidad como el más límpido de los afiches de Abaguanex S.A., la estética consumista de la nueva Habana Vieja y la voluntad restauradora del Historiador de la Ciudad.
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Esa ambigüedad es, justamente, lo que nos define.
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domingo, junio 28, 2009
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