
Iroel Sánchez acaba de pasar a la historia, junto con los 2 mil títulos y 30 millones de libros de los que se ufanaba en los días de la más reciente Feria Internacional de La Habana, aquella misma feria que, aún a pesar del empeño gubernamental para ofrecer al mundo la imagen de generosidad editorial, terminó siendo más célebre por el performance de Tania Bruguera y su abierto reclamo de democracia, un hecho artístico más aplaudido que el lanzamiento de General Tomassevich, un héroe de la República de Cuba. El ahora empijamado funcionario tuvo sus quince minutos de gloria cuando los discursos de apertura en el evento reiteraban agradecimientos al ICL y a su magnánima persona en particular. Eso sí, su pálida obra literaria se mantuvo siempre bien al fondo de los destaques políticos.
Rememorar la Feria del Libro de La Habana siempre es una pauta difícil de sintetizar. Acontecimiento mastodóntico en sí, por la cantidad de público que se desplazaba a la cabaña, tenía sin embargo matices muy diversos. Por un lado se destapaba un orgullo medio chovinista al ver a tanta gente sedienta de libros, tus paisanos haciendo cola en los stands criollos - casi siempre para adquirir libros clásicos universales o de autores nacionales, de pobre encuadernación y páginas con tonalidades diferentes, o bien libros infantiles para colorear - y por otro, asomaba la impotencia de no acceder a plenitud a los libros de editoriales extranjeras, más o menos best sellers de tapas y contratapas deslumbrantes. Alfaguara, Planeta, Tusquets Editores… A esos había que robárselos en el forro del abrigo, o metidos entre el cinto del pantalón y la camisa, mientras se contenía la respiración para que la agobiada chica de la caja no se diera cuenta del intelectualoide desfalco.
Ahora, el marionetista principal de la última feria del libro habanera acaba de ejecutar su penosa salida por el foro, redactando su epílogo burocrático en el viejo tomo de la cultura cubana. Después de un abundoso período de higienización ideológica, debió seguir el sendero de su buen amigo Felipe Pérez Roque, en un proceso defenestrador que con toda seguridad no habrá de detenerse en la desgracia de este talibán mediocre. Otros verdugos y bufones de la corte también habrán de desplomarse en el futuro próximo, para deleite de aquellos seres humanos a los que alguna vez jodieron.
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