lunes, diciembre 05, 2011

Un sueño emigrado.

Una de las tantas cosas que definen a La Habana del más reciente medio siglo es que, aún con toda la solidaridad que todavía despierta su leyenda entre diversos sectores de la izquierda mundial, no suele ser destino para emigrados de otras naciones del mundo. Algún que otro extranjero puede radicarse allí, por matrimonio o negocio, pero las estadísticas se volvieron aplastantemente desproporcionadas entre los miles que cada año abandonan la capital cubana, y los poquísimos que se asientan en ella.

Muy en el pasado quedaron aquellos tiempos en que chinos y gallegos llegaban de ultramar a buscar prosperidad. Muchos apoyan hoy, de lejos, a esa Habana que no prospera, muchos alientan, de lejos, la lucha ideológica en contra del imperialismo yanqui, pero muy pocos sueñan ya con ir a vivir a una ciudad sin opciones. Ninguno, y esto es categórico, emigraría a Cuba para empezar desde cero en las condiciones habituales del cubano promedio.

Por eso se acrecienta mi asombro cuando descubro que Sonora, el estado mexicano que escogí para vivir, tiene en estos mismos momentos más de once mil extranjeros, de los cuales la comunidad cubana, al menos en la ciudad capital, Hermosillo, parece ser la más activa y numerosa.

Muchos como yo vinieron a este paraje del noroeste a trabajar, a ganarse el sustento, a tener familia, a prosperar… Hermosillo no es ni la mitad de La Habana en extensión o población (aunque el estado de Sonora sea varias veces mayor al territorio cubano), pero recibe y alimenta a muchos más emigrados que los que pudiera soñar nuestra Habana del presente, esa que incluso rechaza a sus propios emigrados, a los que se fueron y, con el concurso de la ley, a los que llegan del interior del país hasta una capital harto sobrepoblada.

Cada año, el festival.

Otra vez me correspondió ser testigo y activista en el Festival del Migrante que, por octavo año consecutivo, organizan en Hermosillo el Instituto Nacional de Migración y las diversas comunidades de extranjeros. Otra vez la plaza Zaragoza, frente a la Catedral, se colmó con los estantes de países como China, Argentina, Brasil, Angola, Estados Unidos, Ecuador, Armenia, Cuba… Otra vez los hermosillenses pasaron varias horas del domingo probando comidas autóctonas y disfrutando gratuitamente del espectáculo cultural multinacional.

La helada tarde-noche dominguera, que repitió momentos de carnaval (danzas de Angola y Brasil) con bloques de música culta (la familia Hovsepyan, de Armenia), y disfrute trovadoresco con tangos argentinos, terminó con el paroxismo de la música cubana, a cargo del holguinero Gustavo Asencio Quiles y la orquesta Salsa Sonora. Por un buen rato las comunidades extranjeras en esta ciudad reafirmaron, gracias al apoyo, al cariño y la complicidad de los nativos, que las fronteras del mundo son apenas una ilusión.

Sigo soñando con ese día en que acaso renuncie a mi condición de emigrado para regresar a mi querida ciudad natal, pero también sueño con que esa misma Habana vuelva a ser el amable destino de muchos extranjeros, de miles de mexicanos, españoles, judíos, chinos, rusos, brasileños… Sueño con una Habana que, con sus defectos incluidos, invite a mucha gente a vivir en ella. Sueño con una Habana cosmopolita y buena anfitriona. Sueño con alguna versión de la libertad (como la esperanza, de cualquier color) entre los múltiples y acongojados laberintos de la aduana nacional.

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Durante la rueda de prensa, promoviendo el evento, en la Universidad del Valle de México, con el Delegado del INM, Alejandro Salas, y representantes de las comunidades de Estados Unidos, Cuba y Argentina.


Delante del stand de Cuba, una demostración de baile.
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