Para el gobierno cubano no hay nada peor que un médico o un deportista que decide quedarse a vivir en otra parte. Los artistas y escritores… pase, son bohemios y alocados, a menudo propensos a expresarse libremente en público y si se quedan afuera, mejor, uno menos. Pero los médicos y deportistas son la más efectista y dócil bandera que tiene el estado para divulgar por el mundo las bondades de la utopía tropical. Cuando un artista “deserta” en una gira, nunca será tan doloroso para el Comité Central del Partido como cuando lo hace un médico en una “misión”, porque los médicos son soldados espartanos atados con juramento de sangre al mástil de la bandera nacional.
El primer parto de Roberto en El Labrador.
Roberto llevaba una década y pico trabajando en Sudáfrica, arriesgándose día por día a contraer el silvestre SIDA con una simple salpicadura de sangre en un ojo, y junto a su familia, con esfuerzo y paciencia, había hecho ya un hogar en aquel país. Su hija menor había nacido allí, sin embargo no podía tener la nacionalidad de la tierra donde nació, gracias a un acuerdo entre gobiernos, un acuerdo ilegal que le quitaba a los médicos cubanos el derecho a la residencia permanente, aún si llevasen más tiempo viviendo allí que otros extranjeros que sí la obtenían. Roberto y otros muchos médicos decidieron no regresar a vivir a Cuba, y lo que en cualquier parte habría sido recibido de buen grado, con el derecho que otorgan los años de vida y servicio en cualquier país, en el caso de ellos sólo pudo resolverse mediante un extenso proceso judicial. La ley sudafricana finalmente les concedió la razón, y los médicos cubanos pudieron obtener su merecida residencia.
Roberto había cumplido, con creces, con la nación que lo formó. Antes de viajar a Sudáfrica había pasado sus tres años de servicio social en las montañas de Oriente. Y los lustros siguientes los gastó en las orillas de la selva sudafricana, curando a gente muy pobre, a menudo gente violenta. Su decisión de cortar el cordón umbilical era más que legítima, sin embargo fue demonizado por su propio gobierno cuando se negó a regresar a la isla, y con otros tantos colegas, permanecer en el país donde había criado a sus hijas. Porque no hay nada más vergonzoso para el fidelismo que un médico-soldado-esclavo al que, de pronto, le nace voluntad propia y se niega a obedecer las órdenes de sus generales.
Hace poco Roberto se mudó al Canadá, acaba de hacer su primer parto en la Península del Labrador, donde las nieves son casi eternas, sigue curando gente, tiene un blog de poesía, y a la felicidad de su familia sólo le falta la suerte de poder visitar un día su tierra, de pasar unas vacaciones con parientes y amigos, de mostrar a sus hijas crecidas aquella ciudad donde sus antepasados vivieron y amaron. Pero eso por el momento no es posible, puesto que el pasaporte cubano no alcanza para atravesar la aduana del aeropuerto habanero. Roberto y su familia son desertores, traidores, escoria.
La noticia de hoy.
Siete médicos cubanos abandonaron la misión en Venezuela, y llegaron a Miami tras sobornar en el aeropuerto de Maiquetía a funcionarios de todo tipo, venezolanos y cubanos. Tres mujeres y cuatro hombres pagaron miles de dólares a los únicos que podían plasmar el sello de salida en sus pasaportes, una cadena de corruptos servidores incondicionales del castrismo y el chavismo.
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La noticia es que por primera vez hay pruebas que apuntan a funcionarios del gobierno cubano, que cobran y regatean sus beneficios con los “desertores”, porque la propia fuga de médicos hace rato que no es tema de primera plana, un doctor cubano que cruza fronteras a hurtadillas ya resulta un acto cotidiano en cualquier latitud. Unos se niegan a volver de Sudáfrica, otros cruzan la frontera de Haití a la República Dominicana, de Nicaragua a Costa Rica, de Guatemala a México, de Irán a Armenia… Y lo hacen sabiendo que nunca más serán considerados ciudadanos de la nación cubana, que en lo adelante serán tratados, por su gobierno, como desertores, como traidores, como escoria.
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Dos de los médicos cubanos que recién llegaron a Miami, desde Caracas,
luego de sobornar a funcionarios cubanos y venezolanos.
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El primer parto de Roberto en El Labrador.
Roberto llevaba una década y pico trabajando en Sudáfrica, arriesgándose día por día a contraer el silvestre SIDA con una simple salpicadura de sangre en un ojo, y junto a su familia, con esfuerzo y paciencia, había hecho ya un hogar en aquel país. Su hija menor había nacido allí, sin embargo no podía tener la nacionalidad de la tierra donde nació, gracias a un acuerdo entre gobiernos, un acuerdo ilegal que le quitaba a los médicos cubanos el derecho a la residencia permanente, aún si llevasen más tiempo viviendo allí que otros extranjeros que sí la obtenían. Roberto y otros muchos médicos decidieron no regresar a vivir a Cuba, y lo que en cualquier parte habría sido recibido de buen grado, con el derecho que otorgan los años de vida y servicio en cualquier país, en el caso de ellos sólo pudo resolverse mediante un extenso proceso judicial. La ley sudafricana finalmente les concedió la razón, y los médicos cubanos pudieron obtener su merecida residencia.
Roberto había cumplido, con creces, con la nación que lo formó. Antes de viajar a Sudáfrica había pasado sus tres años de servicio social en las montañas de Oriente. Y los lustros siguientes los gastó en las orillas de la selva sudafricana, curando a gente muy pobre, a menudo gente violenta. Su decisión de cortar el cordón umbilical era más que legítima, sin embargo fue demonizado por su propio gobierno cuando se negó a regresar a la isla, y con otros tantos colegas, permanecer en el país donde había criado a sus hijas. Porque no hay nada más vergonzoso para el fidelismo que un médico-soldado-esclavo al que, de pronto, le nace voluntad propia y se niega a obedecer las órdenes de sus generales.
Hace poco Roberto se mudó al Canadá, acaba de hacer su primer parto en la Península del Labrador, donde las nieves son casi eternas, sigue curando gente, tiene un blog de poesía, y a la felicidad de su familia sólo le falta la suerte de poder visitar un día su tierra, de pasar unas vacaciones con parientes y amigos, de mostrar a sus hijas crecidas aquella ciudad donde sus antepasados vivieron y amaron. Pero eso por el momento no es posible, puesto que el pasaporte cubano no alcanza para atravesar la aduana del aeropuerto habanero. Roberto y su familia son desertores, traidores, escoria.
La noticia de hoy.
Siete médicos cubanos abandonaron la misión en Venezuela, y llegaron a Miami tras sobornar en el aeropuerto de Maiquetía a funcionarios de todo tipo, venezolanos y cubanos. Tres mujeres y cuatro hombres pagaron miles de dólares a los únicos que podían plasmar el sello de salida en sus pasaportes, una cadena de corruptos servidores incondicionales del castrismo y el chavismo.
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La noticia es que por primera vez hay pruebas que apuntan a funcionarios del gobierno cubano, que cobran y regatean sus beneficios con los “desertores”, porque la propia fuga de médicos hace rato que no es tema de primera plana, un doctor cubano que cruza fronteras a hurtadillas ya resulta un acto cotidiano en cualquier latitud. Unos se niegan a volver de Sudáfrica, otros cruzan la frontera de Haití a la República Dominicana, de Nicaragua a Costa Rica, de Guatemala a México, de Irán a Armenia… Y lo hacen sabiendo que nunca más serán considerados ciudadanos de la nación cubana, que en lo adelante serán tratados, por su gobierno, como desertores, como traidores, como escoria.
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Dos de los médicos cubanos que recién llegaron a Miami, desde Caracas,
luego de sobornar a funcionarios cubanos y venezolanos.
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5 comentarios:
Soy mèdico, vivo en Mèxico y por una vìa diferente a las que aquì se cuentan, porque vine por un evento y me quedè, y ya llevo diez años aquì, mis experiencias son similares porque que no he podido ir a mi paìs ni de visita.
Traer para acà algun familiar no compensa la tristeza de no poder caminar por la Habana, al menos mientras ese gobierno nos siga tratando como traidores, tal y como dice Rodrigo.
Suerte a Roberto y a todos los colegas que andan por el mundo.
las caseticas de inmigración en el aeropuerto jose marti,casi callendose,con los monitores descontinuados y aquella pobre gente que trabaja con unos uniformes destenñidos y brillosos por la plancha casi diaria,esos seres que cumplen con los requisitos,estatutos,leyes,regulaciones y sabe dios cuanta basura,esos mismos se venden al final por un par de dollares.a eso hemos llegado.despues de 51 años esperando que se llene la cuchara,el vaso o cualquier cosa que haga explotar ese sistema,en fin.la espera
Mucha suerte también para los evadidos de Barrio Adentro. Si a Chávez no le alcanza con los esclavos cubanos que trabajan por un porciento pequeño de lo que les paga y el resto se lo traga el gobierno cubano, que fabrique a sus esclavos propios. Basta ya de cubanos cambiados por petróleo.
La Libertad es un anhelo válido. No tiene fronteras, no es canjeable por otra cosa que no sea la libertad.Puede tener precio,algunos seres humanos lucrán con la libertad. Mi libertad costo 3.000 dolares a mi familia de EEUU.Un agente de migración mexicano recibio ese dinero,en 1984. No importa. Aca estoy.Amo a México. Este país tiene cosas maravillosas .El concepto patria crece cuando somos de alguna forma libres y entendemos que no podemos tener todo en este mundo. Valio la pena.
Acaso no soy hijo y nieto de españoles , que fueron hijos y nietos de arabes o judios. Acaso no amo a mis hijos mexicanos. Mi esposa mexicana. Da igual donde pongas tu tienda, si tu corazón es libre para hacer, decir y amar, los tiranos pasaran. Los afectos quedan. Bienvenidos a la libertad doctores.
Un abrazo que aminore el frío. Para ti y los tuyos ,Rodrigo , buen año. angel
que pena, tengo un familiar en cuba, y está sufriendo algo parecido,con lo bonita que es la libertad
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