Después de diez años del estreno de Historia de un Caba-yo, más de la mitad de su elenco se ha mudado al extranjero. Algunos se mantienen en el Buendía, que de cualquier manera sigue siendo una compañía de elevado prestigio internacional y con ello sus miembros tienen la rara ventaja de poder viajar con frecuencia fuera de la isla. Alberto, que subió el vídeo del estreno a youtube, me habló desde Alemania y sólo entonces caí en cuenta de cuántos de nosotros ya no estamos participando más de la escena nacional, ni de los festivales de Camagüey o de La Habana, y que la nostalgia por los días de Historia de un caba-yo también es la nostalgia por nuestra patria perdida.
Mucho se escribió de la obra en la prensa, tanto dentro como fuera de Cuba. Todos concordaban con el regreso del espíritu reflexivo, de la fibra emocional, a la escena cubana. El texto y la puesta en escena redondeaban aquel aspecto de humanidad que por analogía emanaba desde la tragedia del caballo, el Cuentabrazas de Tolstoi, y que no era otra cosa sino un espejo de las ambiciones del hombre mismo. En lo personal, la vuelta al universo ruso, ese que desde niño me había sido tan inculcado por la colonización soviética y el influjo de mi padre militar, siempre de regreso a la URSS, me devolvió un pedazo perdido de mi infancia, sin necesidad de visitar al psicoanalista.
No sólo el paltó, aquel abrigo ruso que tanto calor inyectaba en pleno verano habanero, o los remanentes del idioma ruso, de cuando los camilitos y las series de televisión, también la hermosa canción folklórica que nos trajo Gustavo Pita – políglota, profesor de filosofía en el ISA y maestro de Aikido – aquella que cantábamos mientras en una pantalla se proyectaba el sacrificio real de un caballo en el zoológico, todo aquel panorama ruso se nos mezclaba con el presente posmoderno, incierto, sin amo pero sin patria, un presente en el que la descomposición del bloque socialista ya apenas nos dejaba en la boca un ligero regusto por la necrofilia cultural.
No puedo quejarme del año 2000. Como actor estuve en la obra que barrió con los premios del Festival Nacional de Camagüey, causando además un impacto rotundo en un evento de teatro tan descomunal como el de Caracas, y como director, con La Octava Puerta, me fue igual en el Festival de Pequeño Formato de Santa Clara, y la cuerda me duró hasta clausurar el de Miami. Pero pudimos haber llegado un poco más allá, pues nos invitaron al Festival de Jerusalén, y nuestras autoridades lo impidieron, aparentemente para protegernos del malvado sistema israelí, aliado de Bush y en pique constante con los palestinos que Fidel Castro siempre defendió a capa y espada.
Cuando ya nos imaginábamos actuando cerca del Huerto de los Olivos, pisando tierra santa, nuestro gobierno disfrutó fastidiando a los patrocinadores de Israel, aún teniendo que pagar, por nosotros y por el Ballet Nacional de Cuba, una suma escalofriante a causa de aquel politizado y majadero incumplimiento de contrato.
En momentos como aquel, además de experimentar el goce de quien produce arte, no podíamos sino sentir en lo más profundo aquellas palabras de Cuentabrazas, el corcel pinto, protagonista de la historia, cuando decía: “Mi caballo”, nadie puede decir “mi caballo”, como nadie puede decir “mi tierra”, “mi aire”, “mi agua”, ¡yo soy un caballo libre!...
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Mucho se escribió de la obra en la prensa, tanto dentro como fuera de Cuba. Todos concordaban con el regreso del espíritu reflexivo, de la fibra emocional, a la escena cubana. El texto y la puesta en escena redondeaban aquel aspecto de humanidad que por analogía emanaba desde la tragedia del caballo, el Cuentabrazas de Tolstoi, y que no era otra cosa sino un espejo de las ambiciones del hombre mismo. En lo personal, la vuelta al universo ruso, ese que desde niño me había sido tan inculcado por la colonización soviética y el influjo de mi padre militar, siempre de regreso a la URSS, me devolvió un pedazo perdido de mi infancia, sin necesidad de visitar al psicoanalista.
No sólo el paltó, aquel abrigo ruso que tanto calor inyectaba en pleno verano habanero, o los remanentes del idioma ruso, de cuando los camilitos y las series de televisión, también la hermosa canción folklórica que nos trajo Gustavo Pita – políglota, profesor de filosofía en el ISA y maestro de Aikido – aquella que cantábamos mientras en una pantalla se proyectaba el sacrificio real de un caballo en el zoológico, todo aquel panorama ruso se nos mezclaba con el presente posmoderno, incierto, sin amo pero sin patria, un presente en el que la descomposición del bloque socialista ya apenas nos dejaba en la boca un ligero regusto por la necrofilia cultural.
No puedo quejarme del año 2000. Como actor estuve en la obra que barrió con los premios del Festival Nacional de Camagüey, causando además un impacto rotundo en un evento de teatro tan descomunal como el de Caracas, y como director, con La Octava Puerta, me fue igual en el Festival de Pequeño Formato de Santa Clara, y la cuerda me duró hasta clausurar el de Miami. Pero pudimos haber llegado un poco más allá, pues nos invitaron al Festival de Jerusalén, y nuestras autoridades lo impidieron, aparentemente para protegernos del malvado sistema israelí, aliado de Bush y en pique constante con los palestinos que Fidel Castro siempre defendió a capa y espada.
Cuando ya nos imaginábamos actuando cerca del Huerto de los Olivos, pisando tierra santa, nuestro gobierno disfrutó fastidiando a los patrocinadores de Israel, aún teniendo que pagar, por nosotros y por el Ballet Nacional de Cuba, una suma escalofriante a causa de aquel politizado y majadero incumplimiento de contrato.
En momentos como aquel, además de experimentar el goce de quien produce arte, no podíamos sino sentir en lo más profundo aquellas palabras de Cuentabrazas, el corcel pinto, protagonista de la historia, cuando decía: “Mi caballo”, nadie puede decir “mi caballo”, como nadie puede decir “mi tierra”, “mi aire”, “mi agua”, ¡yo soy un caballo libre!...
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(Continuará…)
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5 comentarios:
Muy lindo asere, muy lindo lo que estas escribiendo sobre la obra!
Tus palabras son fieles a la historia de la puesta, al momento...Puedo leerte y revivir todas las emociones que vivimos por aquellos dias. Vuelvo a pisar el Buendia, vuelvo a estar en Caracas, vuelvo a divertirme entre voces roncas y cansancio en la super-guagua que nos llevo de gira por Cuba.Vuelvo a sudar a chorros con aquel sobre todo inmenso de mi personaje (aunque ahora mismo este en Alemania en bajo cero). Gracias hermanito por escribir sobre tantas cosas lindas! Los extrano a todos y cada uno!. Un abrazo donde sea que esten! Alberto.
no recordaba lo de video que creo se filmó en el matadero del zoo de 26.fue muy controvertido por la dureza de las imágenes, `pero fue también interesante el recurso multimedia y la sorpresa final de ese recurso. te sigo leyendo.un abrazo.
No se que escribir, no se si deba escribir una opinión… pero me topé con este blogg que para mi es toda una vida de alguien fuerte y lleno de dicciones hermosas. Es realmente increíble todo lo que los habaneros, cubanos en general han vivido. Escribe usted tan bello, firme e incluso transmite lo que usted sentía en esos momentos que ha compartido. Cuando concluyo de repasar sus relatos (algunos cómicos otros serios) no puedo evitar dar un profundo suspiro y comenzar a reflexionar. Y egoístamente a sentirme parte de sus experiencias. Gracias por esto Rodrigo, buena vibra para usted.
Muy bueno Rodrigo. No se en que habra quedaddo la filmacion que hicimos en aquel lugar caluroso y profobico. Buena la actuacion suya.
Te sigo leyendo.
Al anónimo, lamentablemente no me ha dejado un nombre para agradecerle sus palabras tan gratificantes. Tanto lo han sido que temía un desenlace como el que tuvo un sketch de Álvarez Guedes, donde, en un supuesto programa radial, un supuesto radioyente en llamada telefónica le decía grandes elogios, él muy orondo y al final el del teléfono le decía: "¿Te lo creíste, desgraciáo? ¡Comemierda!..."
Por suerte su comentario terminó tan bien como comenzó, y aunque acaso crea que no lo merezco tanto, gracias por leer estos dislates literarios, siempre enunciados desde este parcialísimo enfoque personal.
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