domingo, abril 26, 2009

Silvio en el muro

Este blog existe porque Camilo Venegas, amigo de los años, escritor y poeta, me dio cuerda hace un par de semanas para que me uniese a la familia bloggera cubana. Camilo está subiendo textos a su blog desde el 2006, y casi me avergüenza que haya tenido la gentileza de sumar a sus links este blog mío que apenas tiene unos cuantos días, ni siquiera muy literario o de pujante compromiso político, y que hasta me sugiriese un tema muy especial para memorizar y compartir.

El caso es que esta mañana en Facebook, justo en el muro de mi viejo amigo, se desató una amistosa bronca en relación con Silvio Rodríguez. Silvio, ese ícono de nuestra generación, fue el primer tema de conversación que tuvimos Camilo y yo cuando nos conocimos en la escuela de arte, en una época ochentera en la que aún el trovador no había cantado El Necio en el congreso del PCC, y ahora, pasados los veinte años, se volvía una polémica de matices totalmente opuestos.

Es imposible olvidar aquellas noches en que algún mecanismo cultural colocaba una tarima, con luces sobre andamios, delante de Artes Plásticas, para que actuaran Silvio, Pablo, Afrocuba y Vitier, y nosotros, entre cientos de otros muchachos, abrazados en largas cadenas de brazos sobre hombros, coreábamos emocionados, casi elevándonos sobre el cielo estrellado de Cubanacán, aquello de “un helado gigaaaaaanteeee…”. Cómo olvidar la voz finita de Maylé, la delgadita novia de Camilo en ese entonces, gritando “¡Bravo por Vitieeeeer!”, que también el maestro José María se merecía, cómo no, su parte de los aplausos estudiantiles.

Años atrás, cuando estudiaba en el pre de Marianao, vi de cerca a Silvio por primera vez, cuando hasta su casa – en aquel entonces un modesto apartamento en el que ni se sabe cuántas canciones brillantes habrán emergido – me llevaron los amigos mutuos de San Alejandro (escuela de artes plásticas que estaba muy próxima a mi pre), para demostrarme con hechos palpables las razones de que en la vida había algo más que Roberto Carlos o los Bee Gees. Silvio estaba de buen humor, creo que por el aprecio que sentía hacia aquellos jóvenes pintores, siendo él mismo parte espiritual del gremio plástico. Luego aprendí que no siempre sería igual, que el genio era bastante majadero y que se volverían leyenda pública su carácter cambiante y sus salidas caprichosas.

Si bien era cierto que desde que nací había escuchado en cualquier parte aquellas melodías con letras extrañas, asociadas casi siempre a los valores de la Revolución, en aquel momento supe, casi en susurro, que Silvio había sido perseguido en los setenta, que de no ser por Haydée Santamaría a lo mejor estuviese preso, que había tenido un programa en televisión que cerró un tal Papito nosequé, comandante a cargo del ICR, por diversionismo ideológico, que lo habían castigado cuando, en Varadero 70 cantó Resumen de Noticias, y que tenía canciones de las que nunca se hablaba, como Los cazabrujas de Dores y Jerusalén año cero. Nada de eso me importó demasiado, y me di por satisfecho al regresar a mi casa con mi acetato Rabo de Nube firmado por el autor.

Íbamos a verlo a lugares pequeños como la Casa de las Américas o el reducido anfiteatro del Parque Almendares, sitios que no siempre se llenaban del todo, pero que bullían de seguidores selectos que coreaban cada canción y hasta le recordaban letras que él mismo, entre tantos cientos de temas ya compuestos, ni siquiera podía recordar bien, hasta que un buen día pasaron en la televisión nacional algunos videos que mostraban como Silvio y Pablo llenaban estadios en Sudamérica, y nuestros compatriotas, ni cortos ni perezosos, también se animaron a desbordarle los espacios a sus trovadores más emblemáticos.

Los años previos a la caída de aquel muro alemán también transitaron pletóricos con cada nuevo disco de Silvio, de conciertos en el ISA o la escalinata de la universidad. Cada vez iba quedando menos de aquel trovador candidato a la UMAP, un Silvio que dejó de montar guaguas para siempre y una noche, en un concierto en pleno Karl Marx, anunció que cantaría Jerusalén año Cero, y para sorpresa de muchos, dijo algo como: “Tengo una canción de la cual se ha dicho que estaba prohibida, yo voy a demostrar que no sólo eso es falso, sino que la voy a cantar aquí ahora…”

Para entonces ya había salido el mamotreto Fidel y la Religión, de Frey Betto, y ya no era un problema cantarle a Jesucristo en Cuba. Mi reacción, allá arriba en el segundo balcón del teatro, fue pedirle también que cantara Los cazabrujas de Dores, pero antes de ponerme a gritar intuí que para ello habría sido necesario otro libelo de Frey Betto acerca de la solidaridad del comandante con los artistas e intelectuales perseguidos y marginados de los setenta.

Para cuando Silvio cantó El Necio a los compañeros del partido, sin lograr entender de cuál parte de su vida hablaba cuando decía “yo me muero como viví”, ya comenzábamos a asimilar que una obra descomunal de inigualables canciones se estaba terminando para dar paso a una creación apagada, irresoluta, apenas empujada de vez en cuando por el rescate de viejos temas inéditos.

Nuestro Silvio había sido baleado como John Lennon, ultimado en su cuerpo físico, para que nuestra mente lo salvara en su más universal dimensión. El impostor, el doble de Silvio que hoy maneja su auto de lujo por La Habana no es aquel que creó arte, música y filosofía en los años de su renegada juventud, aquel que subrayaba “la importante tarea de los perseguidores de cualquier nacimiento” y se mofaba de los cazadores que “sueñan con un planeta de brujas por quemar”.

Silvio, impactado en el muro de Facebook de Camilo Venegas, esta mañana tuvo un debate del cual nunca va a enterarse. Siempre hubo quien lo hubiese linchado de buena gana. Yo sigo pensando que no vale la pena linchar a quien ya ha muerto. Y a los muertos hay que respetarlos, máxime cuando en vida levantaron una obra mastodóntica, una obra que nos va a sobrevivir a todos, por los siglos de los siglos.

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Silvio, vivito y coleando aún, cantando Con diez años de menos, en
compañía de Pablo.

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Hace pocos días, el doble de Silvio en el Karl Marx, durante una presentación de La Colmenita, donde actúa su pequeña hija Malva. Dicen que su carácter se ha dulcificado mucho, gracias a ella, los últimos tiempos.

1 comentario:

Camilo Venegas dijo...

Chama, hoy estaba revisando cosas viejas tuyas y releí este texto. Está empingao. Ningún otro calificativo podría definirlo mejor. Un abrazo.