jueves, enero 06, 2011

El Rufo que quiero recordar.

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Despierto con la noticia de que murió Rufo Caballero.

Además de la inevitable reflexión existencial – Rufo, al momento de su fallecimiento, tenía apenas un año más que yo – y la convicción tradicional de que para morirse lo único que hace falta es estar vivo, me sobreviene un episodio de remembranzas en el que compongo a un intelectual que conocí, alguien con amigos y enemigos en abundancia, pero que nunca pasó inadvertido en el panorama intelectual cubano, especialmente el audiovisual.

De Rufo, como de cualquier persona, es posible recordar lo bueno y lo malo. Es posible que mucha gente lo recuerde como alguien arrogante y afectado. Lo era en ocasiones, en verdad. Pero también destilaba un sentido del humor y una agudeza muy personales, característica que durante un buen tiempo lo hicieran imprescindible en los debates del Grupo de Creación de la televisión, cuando se aprobaban o bateaban proyectos de guiones dramatizados.

No voy a referirme a sus premios de ensayo, crítica o a la oficialista Distinción por la Cultura Nacional, prefiero citar al Rufo con el que compartí múltiples sesiones en la redacción del sexto piso, debatiendo telefilmes y amasando programas nuevos. Si bien más adelante nos vimos enfrascados en una de las tantas guerritas de “emilios” (e-mails a la cubana) en orillas encontradas y en torno a una obra televisiva de Charly Medina, prefiero regresarme a la época en que ejercitaba la crítica en cámara, cuando llevaba el espacio La Columna junto a la directora Elena Palacios. La guerrita de emilios se prolongó demasiado, Rufo se extendió en los ataques a su otrora amiga Magda González Grau, y muchos anónimos se escarnecían en detalles sórdidos que no venían al caso, sobre la supuesta sexualidad del crítico, pero La Columna, como luego hiciese El Caballete de Lucas, dejó un saldo notable de análisis teórico del audiovisual, tanto para el neófito como para los profesionales de la televisión, algunos virtualmente neófitos también.

Puede que muchos lo recuerden como un gordito pedante, pero esa máscara, a la luz de los años, ya no me juega con aquel Rufo Caballero que invité al programa El Expreso, y que aceptó de buen grado hacer una parodia de sí mismo en el banco de los Robertos. Rufo tenía un especial sentido del humor, del sarcasmo, del chucho mitad habanero mitad británico, y podía burlarse también de su propia imagen, sin miedo al ridículo. Si alguna vez no reaccionó muy feliz ante parodias ajenas, si podía escribir con rencor o complacencia según el estado de sus relaciones personales, eso prefiero dejarlo en la nebulosa del pasado.

Ahora sólo pienso en alguien que conocí y que recién se ha ido, demasiado tempranamente. Un tipo joven y brillante se perdió el 2011 y eso ya es razón suficiente para recordarle con decencia y respeto. Sentí lo mismo cuando supe de la muerte de Juan Carlos, un vecino de Marianao, enrollador de motores, que no era figura pública pero sí un gran amigo, un socito algo alcoholizado, que el año pasado sufrió un fatal derrame cerebral, también a los cuarenta y tantos.

Nada, la vida es una mierda. En paz descanse, Rufo Caballero.


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1 comentario:

Jorge Ignacio dijo...

EPD. lamentable pérdida. Pocos críticos cubanos se atrevieron a señalar con buenos argumentos las cosas mal hechas. un abrazo,wichi.