lunes, julio 13, 2009

Ochoa y el trato con la fiscalía

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- Arnaldo, esto es extraoficial, pero es un recado que te manda el jefe personalmente: Retráctate, hazte un buen harakiri, limpia la imagen del gobierno y de la Revolución, cállate los datos comprometedores que no tengan que ver con el resto de los acusados… Esa es la única manera que tienes de salvar la vida.

Arnaldo Ochoa, condecorado héroe de la República de Cuba, pescado en manejos vinculados al narcotráfico, a Escobar y al contrabando de diamantes y marfil en África, no podía confiarse en que la constitución lo amparaba de la pena de muerte. Sabía que la ley no mezclaba a las drogas con la traición a la patria, que según el artículo 190.3 del Código Penal de 1987, le tocaban hasta 15 años por tráfico de drogas, pero también sabía que el fiscal había hecho bien su tarea, que había buscado algún delito por el cual pudieran condenarlo a muerte, y aunque traído por los pelos, ahí estaba ya, sumado al crimen de las drogas, el ambiguo delito de “actos hostiles contra un estado extranjero”…

Arnaldo Ochoa había cometido antes actos hostiles en contra de otros estados, sólo que había sido bajo las órdenes de quien ahora amenazaba con fusilarlo si no procedía a la limpieza mediática de las culpas. Mientras el mensajero del comandante, alto oficial y viejo compañero de armas, le comunicaba el acuerdo que podía salvar su pellejo, Ochoa recordaba cuando conoció a Luben Petkoff Malec, un guerrillero venezolano-búlgaro-judío que acudió en 1966 a Fidel Castro para invadir Venezuela, y rememoraba con claridad cuando estuvo entre los quince militares que el comandante en persona despidió en Santiago, con armas y dinero abundante, para desembarcar días más tarde en las costas de Falcón y unirse a la guerrilla de Douglas Bravo en contra del gobierno venezolano.

- No puede ser que este cabrón ahora vaya a fusilarme por “actos hostiles contra un país extranjero” – pensaba Ochoa mientras sopesaba la propuesta del edecán verdeolivo – si él mismo me mandó a invadir Venezuela, y ahora ningún país ha protestado siquiera por mis acciones.

Ni Estados Unidos, ni México, ni Colombia, ni Panamá habían expresado malestar alguno acerca de los delitos actuales, pero ya sabía el general que el linchamiento revolucionario no necesitaba demasiadas excusas para proceder con justificaciones sacadas de debajo de la manga.

En una de las pocas visitas familiares que le habían sido permitidas, conoció de la simpatía que había despertado en la población, y supo que la gente estaba en contra de su fusilamiento, que incluso aquellos que lo encontraban culpable, le pedían cárcel, no la muerte. Alguien le dijo que su figura de hombre maduro apuesto, de macho héroe de guerra comprobado, le estaba ganando muchas aficionadas entre la grey femenina. Aquello, lejos de aliviarlo, lo preocupó aún más. “Al jefe no le gusta que le hagan sombra, mucho menos cuando se trata de mujeres”…

- No te queda otra, Arnaldo – terminó asegurándole su antiguo compañero – o te retractas de todo, hablando maravillas de los jefes, o te la arrancan.

Días después, delante de la corte militar, y luego de haber escuchado a unos abogados defensores que más bien parecían fiscales en una novela de Orwell, Arnaldo Ochoa declaraba: “Yo mismo me desprecio (…) creo que sí traicioné a la patria, y que la traición se paga con la vida”. Sus declaraciones públicas limpiaron de ignominia al entonces ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y por supuesto al jefe supremo del estado, pero el día de la sentencia no hubo piedad. El último perdón posible, el de Fidel Castro en su carácter de presidente, le fue negado de plano al general Arnaldo Ochoa.
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El viejo compañero de armas, aquel que había llevado el acuerdo secreto para una eventual salvación del amigo caído en desgracia, mordía su lengua mientras miraba, en su televisor, al locutor del noticiero decir con el más digno de los semblantes: “Granma publica hoy una nota, en la cual informa que en horas del amanecer de hoy, 13 de julio, fue aplicada la sentencia dictada por el Tribunal Militar Especial, en la causa Nº1 de 1989, contra los sancionados Arnaldo Ochoa Sánchez, Jorge Martínez Valdés, Antonio de la Guardia Font y Amado Padrón Trujillo…”

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Ochoa junto al comandante, en los años de gloria.
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3 comentarios:

Angel Collado Ruíz dijo...

Ochoa y las maquinaciones del poder. Que temia Castro, algún día se sabrá.

to toto dijo...

Y que crees del mito que se comenta de que aun el hombre camina por las calles de la habana con un rostro transformado por la cirugia cosmetica? quien es el verdadero traficante, el mayor o el menor de los comandantes? Y que crees si te digo que el caudillo ya esta muerto y se le trata de mantener vivo en aquellos articulillos del mal reflexiones que aparecen en el periodico Granma, quizas bien escritos por su viejo y leal secretario.

Anónimo dijo...

Esta entrevista a Popeye mano derecha de pablo escobar cuenta la verdad sobre el caso Ochoa
http://kubaneando.net/videos.html?task=videodirectlink&id=5434