Hermosillo se enfrentaba a los Tomateros de Culiacán, y era natural que la tarde de domingo se encaminara a dar porras al equipo local, que mi hijo luciera una banda naranja en la frente y que llegase al estadio con esa agradable sensación de home club que conocí en el Latinoameriano de La Habana décadas atrás.
Pero algo sembró una terrible confusión en el mismo primer inning. Por el equipo contrario, y con un hombre en base, llegó a batear Amaury Cazaña, matancero y ex integrante de los Industriales (mi equipo en Cuba y en la Conchinchina). Desde que avanzó al plato supe que aquel negro caminaba como cubano, y su foto y nombre en la pantalla gigante me lo confirmaron. Cazaña dejó pasar una recta, y a la segunda, sin pestañear, conectó un jonrón por el center field que dejó al graderío congelado.
No pude evitar ponerme de pie de un salto y aplaudir a mi compatriota, aunque a mi alrededor algunas miradas me atravesaron y hasta hubo quien preguntó si yo venía de Sinaloa. “Es que... él es cubano igual que el bato ese que pegó el jonrón”, le aclaró un amigo a alguien.
Amaury Cazaña dio la vuelta al terreno, poniendo encima en el marcador, al menos momentáneamente, a sus compañeros de Culiacán. Con la misma elegancia con que antes ya jugó para los Cardinals de St. Louis, el Licey de Dominicana o los Diablos Rojos y los Acereros del Norte en México, siguió conectando lineazos hasta que, finalmente, los Naranjeros ganaron 3 por 2, y con la victoria hermosillense regresé a casa, sin sentirme demasiado traidor a esta ciudad que tan bien me ha tratado en los últimos años.
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Mi hijo, orgulloso con su banda de los Naranjeros en la frente, ya en las entradas finales y ganando el equipo local.
1 comentario:
Lindo... la identidad no es una palabra abstracta ;-) Un Post simple que me llegó a la médula.
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