miércoles, junio 05, 2013

El arañazo



No soy del todo escéptico con la instalación de esas 118 salitas de navegación en la isla. Si bien el camino hacia la universalización del internet en territorio cubano apenas va a verse impactado a corto plazo por un aporte tan tímido - tan cobardemente mesurado y, para no romper la tradición, controlado por la sempiterna vigilancia oficial -, aún discreto, sigue siendo un paso hacia el libre flujo de la información.

Por supuesto, ese probable flujo en el futuro informático de intramuros no va a ocurrir por estímulo y gestión oficial. Si ocurre, será en esa misma dinámica de mercadeo subterráneo, de empresariado artesanal, que ha salvado a tanta gente desde el comienzo de la crisis, hace ya un par de décadas.

El gobierno cubano nunca cede a los cambios por su propio gusto. Sólo cambia cuando ya no le queda más remedio. Si por ellos fuera, Cuba seguiría aislada por completo de la red de redes, bien resguardada de la información extranjera y confinada a las versiones sesgadas de su propia información. Abrir unos cuantos espacios para la conexión a internet, en puntos bien controlados y cobrando una cuarta parte del salario medio nacional por sólo una hora de navegación, es apenas una concesión inevitable, un pequeño trago amargo que debería compensar por la buena publicidad generada en el espacio exterior, por la limpieza parcial de la imagen gubernamental en los noticiarios internacionales, por la compra de un poco más de tiempo mientras piensa qué hacer con lo que se le viene encima y cómo controlarlo.

No obstante, me inclino a pensar que este pequeño arañazo en la piel del oficialismo pudiera infectarse y, en lo sucesivo, convertirse en una enfermedad para el sistema que pudiera, incluso, costarle la vida a mediano o largo plazo.

La instalación de banda ancha - luego de que, finalmente, tuvieran que admitir que el costosísimo cable lanzado desde Venezuela sí estaba en secreto funcionamiento desde hace buen rato - no sólo va a propiciar el mejoramiento de la velocidad en los nodos bajo vigilancia. También va a abastecer el mercado negro, a los servidores ilegales que, ahora sí, van a poder ofrecer cuentas de internet con capacidad para ver vídeos de youtube, radio y televisión online.

La ventaja de momento no será gran cosa, pues no muchos dentro de Cuba están en condiciones de tener una computadora, mucho menos de contratar un servicio de internet que ronda - usando las obsoletas instalaciones telefónicas - entre los 25 y los 50 dólares mensuales, por cuentas piratas que no siempre son de 24 horas. Pero tampoco es de menospreciar el hecho de que el gobierno, sin querer, ha sembrado en su finca una tubería que potencialmente pudiera representar la ruptura de un dique que lleva construyendo desde que apareció en el mundo ese pulpo maldito de inagotables interconexiones.

Tener banda ancha dentro de las fronteras cubanas, de una o de otra manera, con vigilancia o sin ella, va a constituir un fenómeno mucho más complejo que algunas salitas de navegación supervisadas. Quizás en los próximos años, o meses, se vuelva también un foco de la "lucha contra la corrupción", más que la propia lucha contra las "desviaciones ideológicas", y que nuevas persecusiones y purgas se desaten, esta vez para tratar de controlar a los muchos que ya deben estárselas arreglando para pinchar la red oficial y vender sus cuentas por debajo del tapete.

Los proveedores piratas tendrán un abastecimiento mucho más estable y potente, y con ello los precios para el cubano medio deberán ir descendiendo también. El mercado negro de las cuentas a internet crecerá sin remedio, incluso a pesar de las redadas policiales y los funcionarios defenestrados por corrupción, y llegará el momento en que un porciento alto de los ciudadanos de adentro pueda acceder regularmente a la información exterior, a las comunicaciones con amigos y familiares en el extranjero y con ello, a la formación de una opinión propia con respecto a los vaivenes de la política internacional.

Más allá de los cambios más o menos profundos que puedan darse en el esquema actual cuando desaparezcan los Castro del poder, esta rendija al mundo real que ha significado la instalación de estas 118 salitas pudiera verse como el germen de un fenómeno que acaso se torne imparable para nuestras pacatas autoridades.

De los cubanos dependerá evitar que la eventual diseminación de un internet doméstico no se haga en base al modelo chino, con un alto porcentaje de la ciudadanía conectada, pero siempre bajo estricto control gubernamental. No es difícil deducir que este sea quizás el formato que los Castro han visto como el que menores estragos le puede acarrear a sus políticas, una vez comprendida la inutilidad de seguir luchando por la cerrazón a ultranza y la censura total.

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